CONTRASTES


Imagino tu risa

He vuelto a encontrar tu risa tras el acodado trozo del camino
donde la brisa me acaricia  la cara, secando el sudor prendido de mis labios.

He vuelto a encontrar el color de tus ojos ocupándolo todo,
llenando  el cielo, llenando mi alma a la espera de verlos.

Cada suspiro tomado y expelido de aire se paseó primero por esas montañas,
las mismas que me han sentido pensarte tanto, las mismas que te quieren sin verte,
las mismas que te saben sin sentirte cerca, de tanto caminarlas yo,
haciéndome vivir y dándome abrigo cuando me faltas, las mismas que dibujaré al verte,
las mismas que dibujas cuando me abrazas, cerrada sobre mí dándome esperanza.

Me siento a esperarte, trasladada por el viento, pensando que me piensas,
penando que no estoy cerca, sin tocarte te siento y te evocas en el paisaje.
Cada paso gastado desde lejos me acerca y te pienso con consuelo, con ilusión de niño
con caricias de antaño, con ternura cierta y con las manos ahuecadas para rozarte,
te siento tan cerca que me azoro al pensar que haría al verte: mi ángel de altura,

mi tejedora de sueños, mi reparadora de alas rotas, mi único as de guía, mi refugio.

José A. González Correa

Dolor o cordura

Nunca opuse el dolor a la cordura
ni inicié mi caída sin acotar los sentimientos.
Jamás dibujé los pentagramas que quise,
ni adorné con luces las notas señaladas.
Seguí mi senda hacia donde se pierde la cordura,
hasta la fábrica que agoniza y entierra los sentimientos.
Llené de agua de esperanza mi derrota,
cuando azahares blancos danzaban en el aire,
cuando las gotas sabidas de mi angustia cierta
afloraban y dejaban mi boca ajada, seca.
Hundí mi cabeza para callar lo que siento y
dejé que se helaran mis manos
con el soplo de mi aliento.
Me quedé callado y puse tiempo a la demora y
oscurecí, como antaño, la leve idea de delirar de nuevo,
de acotar en mis sienes la cordura y hollar sobre los sentimientos.
Dejé que mi brazo y mano escribieran
lo que mis ojos derrotados habían visto.
Me quedé con la boca adormecida,
sin las gotas que la vistieron,
sin la risa que culmina cuando más siento.
Me senté a considerar mi derrota,
olvidé los pinceles del dibujo
sobre el lienzo inacabado.
Hundí mi cabeza sobre el hueco desolado de mis manos,
sin esperar que la noche la adormezca,
ni el día arrebate su tristeza.
Acabé sin despedir el día, sin encontrar la luz,
ni cubrir con mis manos su principio,
ni cubrir con mis sueños el ocaso.

José A. González Correa

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