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Mostrando entradas de 2024

Serás ...

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  Serás el vaivén de mis sentimientos mientras pones en pausa mi cabeza,  lejos de cualquier parte,  los acordes del viento suenan más fuertes si las manos que lo acompañan lo acarician.   Serás el camino de estrellas que me guíe cuando ande tan perdido como siempre, adormilada voz de mi conciencia que sabes acurrucar los sueños de quien los quiere vivir despierto.   Serás el vendaval que no cesa, que cubre de agua y despereza, y cuando el mar enfurecido ondule y embravezca las olas,  un manto de calor y esperanza.   Serás lo quise que fueras, porque, como la sombra que me acompaña, te llevo cosida a mi cabeza, enagua para lágrimas de risas y llantos,  vistes mi alma sin querer cambiarla.   Serás los días que me quedan mientras espero que la angustia  que ahogo en el ondulado mar que la pena de la soledad crea, algún día se desvanezca.   Serás lo que toque ser de forma imaginaria, mientras la realidad vuelva a nublar los días, calando, ahora despacio, con una lluvia fina que solo notas

A Carmela y Pepe

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  Era la tierra bajo un manto verde y húmedo, lo pétalos amarillos se abrazaban simulando una campanilla, y lágrimas de rocío bajaban por el tobogán de una brizna de hierba.   La textura de una gota, fundida con otras, evaporada de un mar cercano y en apresurada caída por saciar la sed de la tierra.   Como gotas de lluvia sus caricias, como perlas de nácar prendidas, junto al brillo de tus ojos.   Un susurro en su piel, cada parte de tu piel desprovista de ropa.   Y cientos de campanillas disfrazadas de amarillo, sobre la tierra que acompasa el latido del mismo corazón que siempre atrapas.   Mi espera es la recompensa de la esperanza, la que atesoran mis manos que tiemblan mientras acarician el manto de hierba.   Manto verde salpicado de gotas, herencia de unas pocas horas, restos del rocío que ahora, mientras os siento, se detiene en mis manos. A Carmela y Pepe, mis padres, juntos descansan al abrigo de su tierra.   ................---------............... Removí la tierra alrededor d

Se despide el sol con una herida

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Se despide el sol con una herida. no de muerte, solo de luz abatida. La huida está en el ocaso,  contenido desvelo esperando el día. Así mientras el sol expira,  los añiles se apresuran y calman,  con la dulzura de un beso, la herida que se abre con la luz vencida. El nácar frio de los montes perfila el malva desteñido que la noche va vistiendo, asistida por el viento y las nubes,  tras la marcha esperada  del calor de cada día. Asumida la derrota,  dejando cerrar la herida, se pierde en sus secretos, y deambula sin prisa, deshaciendo los colores, hasta apagarlos del todo, convencido que la noche  le hará soñar con el día. La distancia de las almas las mide el tiempo o el calor que las acerca, mídelos con un abrazo o con el suspiro  con el que acaba un beso.   José Antonio González Correa, 2024

Semana Santa, Órgiva 2024: Cofradia Ntra. Sra. de los Dolores y Santo Sepulcro

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Fotos y videos: Jose A. y Jose A. (Jr.) González Correa, Semana Santa, Órgiva 2024.  

Semana Santa 2024, Órgiva: Nazareno del paso

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Fotografía y videos Jose A y Jose A. (Jr) González Correa    

Órgiva, sin más

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Bruno

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  Bruno   Desde que llegó, Bruno no ha salido del barrio, salvo para sus visitas a la Alpujarra, la tierra de sus abuelos. Por eso. Pasear por el barrio es algo que adora. A veces, su caminar es apresurado, otras algo más detenido, cansado. Posiblemente, la edad se ha ido acumulando en sus músculos y articulaciones, aunque, la verdadera causa, es la enfermedad incurable que padece. Pero la afronta con energía, asumiendo tratamientos y cuidados de la misma forma que atesora las palabras cariñosas y el ánimo que recibe.   Adora salir a la calle, pasear por esos lugares cercanos que visita a diario, colmando su nariz de olores de todo tipo que lo estimulan y atrapan, como en un sueño.   Estos días, de antesala de la primavera, descubre, con asombro, lo adelantado del azahar en los naranjos, y ese aire prendido de pétalos blancos que se descuelgan arrastrando el olor que tanto han narrado los poetas. En ocasiones, camina sobre esa alfombra de nácar improvisada que tapiza las aceras. Lo veo

La velada luz de la luna

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  Una sombra me hizo deshacer el camino y salir al raso, perfilando el sendero me acuné sobre el asta de la luna y me quedé dormido soñando contigo un largo tiempo, medido en ternura, solo un instante, en futuro, toda la vida. Me devolvió el frío al final del sueño, miré arriba, sobre mi crecía la luna, con el silencio como aliado,   repartiendo su luz y velando estrellas bajo su halo, su silueta se iba colmando hasta llenarse de blanco. Me atraes como ella, como somete a la mar en las mareas, sin apenas rozarme, desde cualquier distancia, sin tiempo que ampare un pensamiento, un deseo, solo por estar ya me siento esclavo, de su luz, de tus ojos. Me detuvo una sombra, una silueta, la forma que quiso el destino, desbordada caricia que me ofreció la luna, para pensarte. Y me quedé dormido, al abrigo de un manto de nácar,   con la soledad de la noche y la velada  luz de la luna para soñarte. José Antonio González Correa

Gramos de soledad

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Había comprado unos gramos de soledad, me asfixiaba la idea de que me sorprendiera en cualquier momento, en cualquier lugar. Decidí hacerlo ahora mientras la rutina acompaña con tantas voces que la serenidad es una pequeña isla en medio del mar. Lo hice, además, mientras contemplaba como el sol gastado de la tarde bañaba las laderas de la sierra Almijara, circulando tranquilo en el interior de un coche. Desde la distancia, percibía los latidos de esa tarde adormilada que contemplaba como el aire domaba las nubes. Esa tibieza de luz desparramada por la vertiente sur de las montañas, que mojaba sus faldas y los blancos encalados de los cortijos y pueblos. Debió ser la nostalgia que envolvía esa imagen la que me hizo adquirir esos pocos gramos de ausencia. Quizá recibí la tarde como anticipo de una noche fría y sin luz, no dibujé en la escena imaginaria la silueta de ninguna luz de farola, ni tampoco levanté la enagua a esa noche fría para que mostrara la luna. La sentía caer, aun cuando

Las tardes de invierno

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Las tardes de invierno son como cualquier tarde del resto del año, marcadas por la rutina que se ha encajado entre los resquicios de nuestra vida, rutina que convive con nosotros e incorpora lo común a lo habitual. Las tardes anuncian lo inevitable, que el día se acaba y tenemos que acomodar el paso al sosiego necesario que nos permita seguir caminando a la mañana siguiente. Por eso las luces se van tornando a colores pasteles teñidos de añil y rosas cargados de sombras. Lo que ocurre es que habitualmente no estamos en disposición de apreciar esa fantasía cromática, dado que acudimos deprisa a reencontrar la rutina del descanso necesario. Si cada atardecer nos alcanzara, la luz filtrada de las nubes en retirada, sencillamente, nos paralizaría. Coches parados en plena autovía, naves varadas y viandantes inmóviles mientras el milagro cotidiano se hace visible, apartando durante breves minutos la calculada y precisa planificación de lo diario. Lo único que diferencia a una tarde de invier