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Mostrando entradas de marzo, 2017

Cada abrazo despierta el orgullo de ser padre

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He aprovechado para colarme en el hueco que queda entre la sombra que cada uno de nosotros pisamos, donde el aire no pertenece a nadie y las ausencias no se notan. Los huecos son distintos a medida que habéis crecido, deshaciendo las siluetas de niños, adolescente y configurando la de adultos. Y en cada traje que habéis vestido he acomodado un abrazo, distinto, pero siempre enamorado. Por cada circunstancia que fuimos, por cada año vencido y por acomodar mi andar al vuestro, abrazadme si me veis rendido. He hecho y deshecho cuantos abrazos   pensé que eran necesarios, aunque el tiempo me sigue mostrando que nunca serán suficientes. Pero cada uno iba colmado de entrega, cada uno era especial y aportaba ternura. Abracé vuestro sueño, el solivianto, la queja y el desconsuelo, acuné ilusiones y esperanzas disfrazado de héroe. Pero era el calor de vuestros cuerpos, la satisfacción de sentirme útil a vuestro lado la que me convirtió en padre. Deshice mis sueños tejiendo los

Mirador de Órgiva

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La tarde estaba fría, pero se respiraba distinto. Está a poco menos de 3 km del pueblo, no os lo perdáis. Las vistas son impresionantes, a continuación algunas panorámicas

Un paseo bajo la lluvia

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Dirección al cementerio, pero no, no se trata de una narración de terror ni suspense, solo que sobre el cementerio de mi pueblo existe un mirador, desde donde, como no, "mirar" la  belleza del entorno. Se accede, como a cualquier sitio en la Alpujarra, por calles empinadas, aquí el llano no existe.  La carretera que asciende hacia el cementerio y el mirador.  Desde una de las curvas que favorecen remontar el camino, la Ermita de San Sebastián nos enseña su fachada noreste.  La niebla se va colando entre los quebrantos de la tierra, vistiendo con enaguas blancas los barrancos y riscos.  No hay fruta más apetitosa en verano, pero aún habrá que esperar.  Sierra Lujar está algodonada en sus cumbres, de color plomizo, que el verde olivar atenúa.  No puedo evitar fijar mis ojos en las torres gemelas de la iglesia. El blanco del pueblo como el casco de un barco entre una mar de color verde.  La sierra como marco imperecedero, ajustando las nubes a su

Lluvia

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Se han descosido miles de gotas que alocadas se desploman hacía el suelo. La colcha de nubes amortigua la luz y el día vira hacía colores grises. El silencio es esquivo, lo interrumpe el golpeteo, el monótono compás de la lluvia en ventanas y tejados. Se derrama el cielo, mientras el suelo   se cubre de charcos y se improvisan riachuelos. El agua discurre, con calma, bajo los píes esquivos de aquellos, anónimos transeúntes empapados a los que sorprendió el aguacero. La suave brisa acomoda nubes remolonas que desgranan, de forma intermitente y resignada, gotas ansiosas de abandonar el cielo. Tapado el despertar por un cielo desplomado, la mañana camina entre la lluvia incierta. Y mientras las aves abandonan el cielo, a la calle solo asisten caminantes obligados. José A. González Correa marzo-2017