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Mostrando entradas de diciembre, 2020

Cuando diciembre se va agotando en el calendario

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Cuando diciembre empieza a agotarse en el almanaque escucho la canción de Silvio, …, “… El fin de año huele a compras, enhorabuenas y postales con votos de renovación. Y yo que sé del otro mundo que pide vida en los portales, le voy a hacer una canción” Y con esa melodía, abstraído en mis pensamientos paso más de una tarde. Creo que somos en tanto nos acunan los recuerdos. Somos porque hemos vivido, en el más amplio concepto del termino. Y si continuamos disfrutando del regalo de la vida, somos para atesorar nuevos recuerdos. Recuerdo el olor del jabón y las manos que me cubrían mientras limpiaban mi piel, olor fresco y limpio, inolvidable desde entonces hasta ahora. Siento las manos y las suaves fricciones sobre mi piel, como preludio de un día de sábado. Alojado en el fin de semana y sin perspectivas de nada más que de descasar y disfrutar de mis padres y hermanas, con el sol colando sus tibios rayos por la ventana del cuarto de mis padres y acomodándose entre las sábanas de la e

Navidad vivida como un recuerdo

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  Navidad vivida como un recuerdo, como la leve brisa que abandona el turquesa de la mar que entona el rumor de olas en que me pierdo.   Caricias durante este invierno, apartada la idea de derrota, buscando hilvanar la nota que cosa mi alma a lo eterno.   Aun viviendo un año amargo, supimos discutir al destino y dejar que pasara de largo.   El taró derramado y vespertino después de soportar el letargo, servirá de excusa si me amotino.     No abandonaré la mar entumecida mientras arriben aquellas notas, aunque sean escasas las gotas de felicidad ajada y encanecida.   Seré polizón de la nave que abata la espuma de la mar embravecida, mientras que por la bruma descosida encallamos en la isla del pirata.   Y si la realidad de esos cuentos vuelve descolgada a mi memoria me hará revivir otros momentos.   Deshágase aquella duda imaginaria y la caja de recuerdos sin lamentos regale una Navidad extraordinaria.   José Anto

Esperanza

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Conocí a mi hermana Esperanza cuando ella tenía casi diez años. Aunque, realmente no tuve conciencia de ella hasta años más tarde, claro. Ella sí tuvo conciencia de mí de forma inmediata, era la segunda niña e imagino que el nacimiento de un pequeño enano, casi 10 años después, debió ser para ella una conmoción. Comento esto último porque, según me narraba mi madre, ella se comía mi papilla cuando la dejaban a mi cargo y, más aún, cepillaba mi cabeza, de pelo ausente, de forma insistente y sin importarle que “el niño” llorara de forma desconsolada. Claro que ella lo hacía por un bien mayor, estimular hasta la dermis mi piel craneal para que naciera pelo rizado y abundante, o al menos esa era la excusa.  Mientras yo crecía, ajeno a las vivencias, experiencias y desarrollo emocional de mi hermana, ésta veía en mí a un pequeño ser travieso y en constante disputa con ella. Imagino que me vería como al usurpador de atenciones, el lastimoso mocoso con ataques de asma que requería de especial