Ganarle tiempo al tiempo


Ganarle tiempo al tiempo, llevando consigo aquello que fuimos, sintiendo de la misma forma, a pesar de todos los inviernos acumulados. No lo gastamos, poque somos los mismos, solo pasan los días, meses y años, pero sentimos como siempre, nuestras sensaciones no envejecen.
Eso pensé en aquella enorme estación de enormes dimensiones, donde el aire se movía con la nostalgia de los viajeros que volvían y partían, mezclando las sensaciones de ilusión y cansancio.
Imaginé que cada persona con la que me cruzaba atendía de forma diferente su tiempo. Algunos se apresuraban con la intención de hacer más que los demás (en el mismo tiempo), otros dejándolo transcurrir contemplando su paso como se mira el paisaje a bordo de un tren, muchos guiados por algo predeterminado que marca sus pasos resignados, unos pocos con el aire distraído que permite disfrutar de cada pequeña cosa y otros pocos, convencidos que su tiempo vale más que el de los demás.
Y, por otro lado, está el viaje, cada tren hacia su destino es la puerta que transitaremos y que irá abriéndose en distintos lugares, permitiendo que nos vayamos colando en la vida como espectadores o actores, según el momento.
La estación es enorme, con mármol gris claro y blanco distribuidos por el suelo y parte de las paredes, que continúan, pintadas de blanco, hasta el techo, donde algunas claraboyas permiten que la luz, de forma suave, discurra por la sala consiguiendo iluminarla cálidamente. La sala recibe los pasillos que llegan desde los andenes, como los afluentes de un río, jalonados de luces que palian la oscuridad de esas galerías.
Desde el centro de la sala observo el ir y venir de los viajeros y también de quienes aguardan, nerviosos, la llegada de aquellos que regresan. Aunque, también observo los abrazos y besos de despedida, con la incertidumbre de como resultará el viaje y la esperanza del regreso.
Mirándolos me pregunto si alguno habrá perdido alguna vez el tren y como resultó aquel contratiempo, que le deparó llegar tarde a la estación de destino. Y me pregunto a mí mismo, cuantas veces vi partir el tren que me correspondía, a cuantos viajeros que despedí no volvieron y cuantas estaciones conocí.
Aquellos viajes aplazados, la antesala de ilusiones no cumplidas, aquellas llegadas a las estaciones cargado de rutina, de rutina acelerada. Aquellos regresos solitarios, caminando junto a desconocidos que finalmente se abrazaban a más gente que yo desconocía.
Y, mientras pienso en todo el tiempo que atesoran esos viajes, cierro los ojos y me dejo bañar por esa luz cálida que acompaña el baile desordenado de minúsculas motas de polvo que descienden despacio, con guiños fugaces de brillo, como microscópicas estrellas fugaces. Mi mente desabrocha el silencio, y toda la sala se vuelve muda, durante un instante solo percibo el latido sereno de mi corazón y el aire que exhalo.
Entonces evoco mil recuerdos en un breve trozo de tiempo, sensaciones agolpadas en las que percibo que sigo siendo el mismo, después de haber consumido tiempo, sigo siendo el mismo, nada ha cambiado. Y ese tiempo que ha quedado varado en la sala iluminada que precede al andén en el que me aguarda el siguiente viaje, es de nuevo un tiempo que he ganado.
Quizá los viajes que me aguardan sean más cansados que los de hace algún tiempo, algo noto en la rodilla izquierda (aunque creo que me ocurre desde siempre, si bien ahora tengo menos paciencia para soportarlo), pero los rostros que me aguadan merecen la pena, al igual que sus voces, y caricias y, por su puesto, su lealtad, amistad y sus ladridos.
Por eso, recién llegado de cualquier viaje y pendiente del siguiente, es imposible medir el tiempo, salvo por lo que le ganamos a cada momento en el que seguimos conservando la misma esencia. Y hoy, treinta y uno de diciembre, me siento a oír sus voces, mirar sus caras o evocar ambos sentidos para los que no tengo a mi lado, reproduciendo el bullicio que, en aquella sala de estación, una vez abotonado el silencio, provoca el discurrir de viajeros que llegan, van o preparan su siguiente viaje.
Gánale tiempo al tiempo, sigue sintiendo de la misma manera, sea como sea de largo el viaje.
 
31-12-23
José A. González Correa





Comentarios

  1. QUE BONITO! FELIZ AÑO.

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  2. Cómo siempre, que gusto da leerte JA.

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  3. Jose Antonio con la lectura de este trozo del tramo recorrido y los tramos pendientes por recorrer nos volveremos a encontrar en el andén de tu próximo tren aéreo con destino a mi tierra que también es tuya. Bendiciones desde Puerto Rico. Tu amiga y hermana Zaida. Feliz 2024

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  4. Nunca el tiempo es perdido, profunda reflexión a la que me sumo, un abrazo José Antonio.

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