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La luz en otoño

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  La luz durante el otoño está amenazada de muerte, transita despacio con la soledad acompasada a su paso, a la espera que el sol se oculte temprano, acostumbrada a su trasnochar de verano. Los atardeceres son simulacros de derrota, cuando la luz adormece de forma pausada, incierta y temerosa. Simula el rescoldo de luz que queda atrás a medida que nos adentramos en un túnel. Perfila las montañas de manera que apreciamos un visillo de color pálido, con algunos trozos deshilachados por los que haces de luz se escapan y tiñen de añiles y fucsias las nubes que enmarcan la escena. A veces el día se despide con una paleta de colores trágicos que enmudecen la brisa y detienen el parpadeo de incontables ojos incrédulos. La tarde no quiere irse y se tumba a lo largo de las montañas o se recuesta sobre la mar, sin otro propósito que quedarse. Hoy la acompaña la luna, empeñada en suplir al sol con su brillo, mientras éste abdica, sin más remedio, cansado de soportar el día. La belleza de la t...

¿Dónde se esconden los ángeles en la tierra?

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Según mi hijo Pablo, cuando las personas buenas han dado todo por los demás, hijos, familia, trabajo, Dios, que siempre premia a sus ángeles, decide reclamarlas y encomendarles una tarea de cuidados invisibles. Pablo, teoriza, sobre el hecho de que son ángeles materiales, enviados para que obren el bien y lo den todo por los demás, pero su condición humana, a menudo, los hace frágiles, sufridos soñadores (genérico) de su bondad. En ese momento, los libera de lo material y permite que esos ángeles permanezcan invisibles a los ojos humanos, cuidando de los seres a los que fueron encomendados. Por eso, en múltiples ocasiones ocurren hechos inexplicables, algo que podría acontecer pero que es evitado de forma milagrosa o mágica. Y aquellos que tenemos la suerte de tener un ángel cerca, lo sabemos bien. Quizá sea injusto que no siempre puedan evitar sucesos trágicos, o que cuando la soledad nos aborda como la niebla, no nos despejen el camino con luz celestial. Pero Pablo, inteligente y obs...

1 de septiembre

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  La playa solitaria, testigo mudo del final del verano (al menos del verano meteorológico, que no astronómico), atiende absorta los envites del mar. Hoy 1 de septiembre, parece que el otoño quiso asomarse discreto, acompañado por el viento de poniente y la mar movida, dejando la imagen de días atrás, con veraneantes ociosos, velada al blanco y negro de la ausencia de almas. Solo las gaviotas, como amantes fieles de la orilla, rompen la monotonía de la escena cuando inician el vuelo y se mantienen suspendidas en el aire. Y ahí sigue el mar, en su inacabable lamento, con el vaivén de espuma que las olas empujan, llenando todo el aire con su rugido de fondo. Exhibiendo, al compás de la marea, su empuje y su continuo movimiento. Mientras, sobre la bruma del horizonte, se dibuja el blanco de las olas que el viento eleva como si, mar adentro, alguien hundiera las teclas de un inmenso piano azul. Contemplando la soledad de la playa, a pesar de las olas y las gaviotas, y el sonido incesan...

El sacrificio de los peces: una crónica estival

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Ana y Jose

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  Qué puedo decir yo si lo que hacéis hoy aquí se cuenta solo, si hasta para la iglesia de San Pedro, vosotros sois los ministros del sacramento. Que puedo deciros, si lo que os hace unir las manos lo han narrado y cantado mucho antes que yo …   Te amaré, te amaré como pueda, te amaré como único se … (decía Silvio Rodríguez) y lo cantaban, tan bonito, Esperanza y Ernesto¡, tal como ahora sientes por Ana, Jose.   Te amo sin saber cómo, ni cuando, ni de dónde. Te amo directamente, sin problemas ni orgullo: así te amo porque no se amar de otra manera (como veis, antes que Silvio, así lo sentía Pablo Neruda).   Si te quiero es porque “sos” mi amor mi cómplice y todo, y en la calle codo a codo somos mucho más que dos. Ya ves, Ana, Mario Benedetti, ya anticipaba lo que sientes por Jose.   O como habrían elegido los abuelos, Carmela y Juan como la primera lectura de vuestra celebración (la Carta de San Pablo a los Corintios): El amor todo lo disculpa, todo lo cree, tod...

Gente sin alma

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El miedo es difícil de ocultar, sobre todo en el rostro de un niño o de una niña. Son ignorantes sobre el porqué de la circunstancia o de quienes la provocan, solo son sufridores inocentes. Pero el sufrimiento del menor permea en sus padres, les arranca la esencia de sus vidas y los hace vagar por un dolor que no se va nunca. Da igual la bandera que arrope quien provoca el miedo, solo importa la consecuencia: vidas marcadas por actos ajenos que paralizan esos años donde la inocencia es la única verdad inalterable. Da igual lo que ignoremos sobre los comienzos del conflicto, ni cuanto de atrás vengan los hechos que ahora generan los actos. Es una infamia buscar explicación a que una bomba destripe a niños inocentes (o a cualquier ser humano, vaya o no preparado para la contienda), es una infamia explicar el origen de un movimiento cuyos ejecutores ametrallan a una multitud indefensa, por venganza. Da igual, matar no tiene sentido, ni explicación ni lógica, salvo que un centímetro de tie...

La caricia

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La mano permanece en el lugar justo, donde el pensamiento apenas imagina   o tiene certeza de su estado. Casi inmóvil, a la distancia exacta, distingue la piel del aire y,   aun queriéndola, no la toca. Testigo mudo del calor o el frío, sin saber si despertará sensación alguna, aguarda iniciar el movimiento. Sobre el aire dibuja, con timidez, imaginarias figuras sin apenas un roce, mientras aísla realidad de sueño. Puede que no valga más que la insinuación, o solo muestre el deseo de detener el tiempo, que solo sirva por lo que transmite o evoca. Pero mientras la acaricia, despreocupado, alinea el aire de su costado, ahueca su cabello y se rompe el silencio con su estremecimiento. José A. González Correa