La luz en otoño
La luz durante el otoño está amenazada de muerte, transita despacio con la soledad acompasada a su paso, a la espera que el sol se oculte temprano, acostumbrada a su trasnochar de verano. Los atardeceres son simulacros de derrota, cuando la luz adormece de forma pausada, incierta y temerosa. Simula el rescoldo de luz que queda atrás a medida que nos adentramos en un túnel. Perfila las montañas de manera que apreciamos un visillo de color pálido, con algunos trozos deshilachados por los que haces de luz se escapan y tiñen de añiles y fucsias las nubes que enmarcan la escena. A veces el día se despide con una paleta de colores trágicos que enmudecen la brisa y detienen el parpadeo de incontables ojos incrédulos. La tarde no quiere irse y se tumba a lo largo de las montañas o se recuesta sobre la mar, sin otro propósito que quedarse. Hoy la acompaña la luna, empeñada en suplir al sol con su brillo, mientras éste abdica, sin más remedio, cansado de soportar el día. La belleza de la tarde es efímera en otoño, por más que alargue la luz y quiera replegarse despacio. La herida que deja el sol en su partida anunciaba la muerte de la tarde, la de hoy y la de tantos días pasados y que vendrán. Hoy, solo he asistido a un nuevo milagro de la vida inagotable de la luz, más allá de la que contemplará mi vida, porque la muerte que trae la noche solo durará hasta la llegada del día. Pero el hecho incuestionable de lo efímero del suceso no impide que los sentidos estallen y luego desistan ante la pena a la que abocan los finales.
José A. González Correa, Órgiva 10/25
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