Otra forma de ver la Navidad
Dibujo: José Antonio González Correa (hijo)
Esperaba para cruzar la calle a pie de un semáforo, mientras una mujer hablaba con un hombre joven a la puerta de un supermercado. El hombre, no llegaría a los 30 años, le daba a la mujer, estaría en los sesenta y pico, una serie de explicaciones sobre dónde pasaría la noche del 24 de diciembre. Estaba sentado en el suelo junto a una lata, instantes antes de la conversación, exhibía su mano desnuda en actitud de pedir limosna. La mujer debió reconocerlo y, por ese motivo, estableció conversación. Según fui deduciendo, la muerte de sus padres lo había dejado en una situación difícil económicamente y, aunque tenía un hermano, cada uno tenía sus circunstancias y afrontaban la vida sin mucha interacción entre ambos. Vivía no lejos de allí, en un pequeño refugio improvisado, se había quedado sin casa y el trabajo eventual, que le iba y le venía, no le permitía mejor acomodo. Ella lo escuchaba y lo interpelaba, de forma constante, diciéndose y contradiciéndose: “…es una noche especial para no pasarla solo en la calle”, …, “bueno, no te preocupes, ya encontrarás algo”, …, “realmente, todas las noches del año son iguales”. Imagino que el muchacho, dentro de su desesperación, asentía las palabras de aquella señora desde la soledad de quien se siente ignorado y, pienso yo, esperando que finalmente algunos euros acabasen en el fondo de la lata. Lo que me sonrojó fue la calma, llena de desesperanza con la que aquel hombre joven daba por amortizado su futuro, la falta de ilusión que adornaba sus palabras, la serenidad autoinfligida de quien se siente culpable de lo que le pasa. Aquella soledad que vestía a un muchacho, sentada junto a él en la acera y el verborreico discurso de quien no sabe realmente que le deparará la vida a su interlocutor, resultaba una escena abrumadora. También pude comprobar que el hecho de que la mujer hablase con aquella persona que pedía limosna, servía de pretexto para que los compradores del supermercado no se detuvieran a rellenar la lata. “Menudo favor le está haciendo”, pensé. No obstante, antes de cruzar la calle (ahora no recuerdo cuantas veces cambió el semáforo) observé como la mujer hurgaba en el monedero buscando la cantidad que ella consideraría la más adecuada. Entonces, mientras caminaba para la casa, pensé en las oportunidades, en los vaivenes del destino, en las circunstancias que doblan voluntades. Pero también pensé en los planes urbanísticos que al parecer traen dividendos para las ciudades, pero que solo disfrutan unos pocos adinerados. En la escasez de viviendas, de “soluciones habitacionales” como se dice ahora, de alquileres indecentes, mientras primamos el turismo hortera con establecimientos regulados sin sonrojo (cuando no piratas de parche y candado en la puerta) y les concedemos las llaves de la ciudad.
Al instante, mi cabeza se evadió recordando las navidades de antaño, con aquel despliegue de familia en torno a una mesa y nuestros padres y abuelos orgullosos de tenernos junto a ellos. Y, las reflexiones de mi madre en torno a la noche en la que María y su esposo José, emprendieron viaje a Belén para mantener la subordinación, como habitantes de una región ocupada, al imperio de Roma. Al final de su viaje, buscaban desconsolados un lugar dónde descansar del largo camino que habían recorrido. Y, como no encontraban posada que los acogiera, terminaron en un pesebre, contribuyendo a la paradoja cristiana, el redentor de la humanidad terminó naciendo en una cuadra rodeado de animales. Aquella historia que mi madre se afamaba en recordar, siempre me estremeció de niño, porque no lo entendía. No conseguía comprender como los protagonistas buenos de una historia, fueron ignorados por los hombres y solo consiguieron alojo junto con animales. Aunque ahora lo tengo bien claro, a la vista de la interesada crueldad humana, da más consuelo la calidez desinteresada de animales de establo. Además, nada ha cambiado, actualmente es motivo de orgullo desalojar inmigrantes de edificios abandonados sin prever una solución, todo lo contrario, vanagloriándose de la decisión tomada y jactándose de no invertir un euro en buscarles solución, todo muy acorde con el espíritu de estos días de diciembre de edulcorados parabienes.
Si, parece que nada ha cambiado. Desde los tiempos del nacimiento de Jesús (cabe recordar que es lo que celebramos a desear feliz navidad), entonces, Judea estaba ocupada por quienes se consideraban amos del mundo, Roma, ahora, los actuales amos del mundo, corporaciones empresariales que sostienen a quienes les hacen el trabajo sucio. Soportamos a ejemplares de despotismo deslustrado, a la cabeza de países alienados por ellos mismos y sus discursos de odio incoherente y asistimos, sencillamente, a una tendencia hedonista de ciudadanos enredados en el día a día que aleja la realidad ajena de la propia.
Por eso no podemos extrañarnos de que la historia se repita, María, José y su niño, Jesús, debieron huir, se convirtieron en desplazados, forzados por el delirio de un rey cliente nombrado por el senado romano, Herodes el Grande (otra paradoja para tan funesto personaje). De esta manera, se convirtieron en una familia vulnerable, forzada a huir para salvar la vida de su hijo. Exiliados, como tantas familias errantes que han recorrido recientemente una franja de tierra, obligados por las veleidades de otro rey cliente al servicio de un estado poderoso.
Jesús no se crio en Judea, supeditada al poder de Roma y las élites sacerdotales, lo hizo en Nazaret (Galilea), una zona rural alejada de las élites, como una señal de compromiso con el pueblo más llano, campesinos, pescadores, …, en la marginalidad de la periferia.
Sería bueno que cuando nos embriague el sentimiento navideño, pensáramos en los protagonistas de la historia, en el desconsuelo de aquella noche momentos antes del parto, en la angustia de José ante la incertidumbre, en el miedo de una joven embarazada antes de parir su primer hijo, en la soledad inmensa de aquel momento, ajenos sobre cuál será finalmente el peso en la historia que tendría aquella noche. Imagino que ninguno de los dos reparó en el significado que tendría para una nueva era (ni en los desmanes que se cometerían en nombre de aquel legado: un nacimiento en un humilde pesebre), solos uno frente a otros, unidos por un extraño designio y atribulados por lo inminente, sobrevivir y criar a su hijo. No soy capaz de alcanzar a entender el miedo y la incertidumbre de tantos refugiados e inmigrantes que se juegan la vida por darles una mejor a los suyos. Mi madre solo relataba que, esa noche, María y José no estuvieron solos, que, guiados por un ángel, una multitud de pastores acudieron a ayudarlos, que, incluso, tres magos de oriente conducidos por una estrella ofrecieron obsequios a aquel niño, ante el estupor de sus padres. “Por eso nos reunimos en nochebuena, para acompañar a María, José y a su niño, que nació para arreglar el mundo”, me decía con la dulzura de un ángel (lo que realmente era). Y si estuviera aún con nosotros, mirándola a sus ojos azules y limpios le diría: “mamá, no pierdo la esperanza y cada Navidad, en vuestra memoria, la tuya y la de papá, adornamos un árbol y montamos un nacimiento sencillo (ahora sin niños que incorporen los power rangers entre los pastores), y recuerdo todas las navidades que nos proporcionasteis y que han conseguido que mantenga la ilusión todos estos años. Pero quiero decirte que la humanidad olvidó que fue redimida y adoramos la estupidez como guardiana de nuestras fronteras”. Ojalá después de esta Navidad que se acerca, todo sea diferente.
Por cierto, se me olvidaba, papá, los árboles sintéticos que adornamos no se parecen en nada a los que plantasteis en Sierra Lujar para reforestarla. En vez de pino carrasco o laricio, acabo de adornar algo más parecido a un abeto de Oregón. Como ves, no hay forma de librarse. Por cierto, no sería mala idea, para homenajear a la Alpujarra, que alguien fabricara en sintético algo parecido a encinas, castaños, arces o, incluso, nogales.
Feliz Navidad, que lo auténtico sobreviva a la vorágine de lo diario.
Diciembre 2025, José Antonio González Correa


Ojalá y todos usáramos estás fiestas para reflexionar sobre lo que de verdad es importante y recuperasemos algo de esas Navidades que describes. Feliz Navidad
ResponderEliminarEstás fiesta me causan tristeza, porque falta un pilar importante en mi vida. Intentar ser mejor para los demás es mi deseo.Precioso relato.
ResponderEliminarFeliz Navidad 🎄
Querido José Antonio:
ResponderEliminarGracias por esta felicitación de Navidad tan especial.
La he leído con calma y en silencio, y espero que me acompañe el resto de mi vida.
No es una felicitación al uso, pero quizá por eso mismo es una de las que más sentido tienen. Tiene verdad, memoria y una mirada limpia sobre la Navidad y sobre lo que somos
La escena del muchacho en la calle me ha removido por dentro. No tanto por lo que ocurre —que por desgracia lo hemos visto muchas veces— sino por la forma en que describes esa calma resignada, esa falta de ilusión que pesa más que la propia pobreza. Me he reconocido en esa mirada que observa y se pregunta qué hemos hecho mal como sociedad para que alguien tan joven dé su futuro por amortizado.
He sentido muy cerca el recuerdo de nuestros padres, especialmente el de tu madre hablando de María y José, de su camino, de la noche sin posada. Es imposible no volver a aquellas Navidades de familia, a esa mesa llena, al calor que nos hicieron crecer sin darnos cuenta de lo que nos estaban regalando. Ese legado es el que nos sigue sosteniendo, incluso cuando el mundo parece haber perdido el norte.
La forma de unir aquella historia con lo que vivimos hoy nos obliga a no separar la fe de la vida, ni la Navidad de la realidad. A veces hablamos mucho de valores cristianos, pero nos cuesta mirarlos cuando incomodan.
Gracias también por ese final tan vuestro, tan de casa, con los árboles, la Alpujarra y la memoria de papá. Ahí todo se vuelve entrañable y verdadero, como sois vosotros. Me ha sacado una sonrisa y, al mismo tiempo, un nudo en la garganta.
Ojalá no perdamos nunca la capacidad de mirar así, con compasión y con memoria, y de celebrar la Navidad sin olvidar a quién y por qué celebramos. Gracias por recordármelo.
Os mando un beso y un abrazo muy grande para ti, para mi hermana y para tus hijos.
Feliz Navidad.
GRACIAS, Jose Antonio. Nos hace reflexionar sobre lo estamos viviendo. Los humanos no cambiamos, solo las formas cambian, los hechos son los mismos.
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