Gente sin alma
El miedo es difícil de ocultar, sobre todo en el rostro de un niño o de una niña. Son ignorantes sobre el porqué de la circunstancia o de quienes la provocan, solo son sufridores inocentes. Pero el sufrimiento del menor permea en sus padres, les arranca la esencia de sus vidas y los hace vagar por un dolor que no se va nunca.
Da igual la bandera que arrope quien provoca el miedo, solo importa la consecuencia: vidas marcadas por actos ajenos que paralizan esos años donde la inocencia es la única verdad inalterable.
Da igual lo que ignoremos sobre los comienzos del conflicto, ni cuanto de atrás vengan los hechos que ahora generan los actos. Es una infamia buscar explicación a que una bomba destripe a niños inocentes (o a cualquier ser humano, vaya o no preparado para la contienda), es una infamia explicar el origen de un movimiento cuyos ejecutores ametrallan a una multitud indefensa, por venganza. Da igual, matar no tiene sentido, ni explicación ni lógica, salvo que un centímetro de tierra valga más que una vida.
¿Cómo se explican los hechos que conducen a la muerte premeditada de inocentes? No tienen explicación alguna, salvo que el fanatismo prendido de ideología o envuelto en una determinada bandera nos desaloje de la razón más simple.
La mirada hueca de un menor desahuciado del amor de sus padres asesinados, los ojos de unos padres que no alumbran horizonte por el hijo muerto. Cuanta angustia gratuita vendida al postor con más armas. Y cuanto negocio de banderas y patrias al servicio de muchos, demasiados, desalmados. Sentados impasibles en el sillón del poder donde ejecutar sin misericordia.
El hambre del refugiado, la ira del que sufre sin ningún remedio, todo va transcurriendo en una nueva era que generará más odio. Ahora la mirada es vacía e incrédula, mañana las soflamas la vestirán de rencor y de venganza. Y esas miradas incrédulas que ahora se evaden en la soledad de la tragedia, retornarán con uno perfil afilado como un puñal. Pero lo que generen, venga de donde venga, si produce muerte y desconsuelo, no estará asistido de razón alguna. No se puede perpetuar el círculo de odio y venganza. Ni se puede masacrar a un pueblo por el dolor sufrido.
Estamos sentados sobre una conciencia dormida, donde la tragedia, de tan cotidiana, se sienta a almorzar con nosotros y las noticias del televisor o de la radio. Cada vez soportamos con más indiferencia a desalmados que se están convirtiendo en reyes o mesías (no se que supone mayor peligro). Gobiernos que pasan de puntillas esquivando el desagrado de la realidad en aras de resultados macroeconómicos. Vale más equilibrar la prima de riesgo que el cayuco cargado de inmigrantes. Personas como nosotros, buscando lo mismo que nosotros, que arriban a nuestras costas con las ilusiones intactas, con hambre y frío y cargados de la desesperanza de la que huyeron. Que se convierten en la excusa de nuestro fracaso como sociedad. ¿Cómo podemos ser tan mezquinos?
Me gusta creer en el alma, a la que imagino llena de retales que vamos cosiendo a lo largo de nuestra vida. Donde hilvanamos recuerdos, nostalgia, caricias, sensaciones, …, desencuentros, vanidades, olvidos, …, esperanza. Posiblemente muchos de los que lean este escrito no crean en esos 21 gramos extra en nuestros cuerpos. Pero confío, en que al menos, guarden todos aquellos atributos que nos identifican como seres humanos sensibles, en el lugar donde la neurociencia los ubica. Yo, por simplificar y por razones que no viene al caso, los traslado al alma, principalmente porque cada día constato que hay gente sin alma.
José A. González Correa
Da igual la bandera que arrope quien provoca el miedo, solo importa la consecuencia: vidas marcadas por actos ajenos que paralizan esos años donde la inocencia es la única verdad inalterable.
Da igual lo que ignoremos sobre los comienzos del conflicto, ni cuanto de atrás vengan los hechos que ahora generan los actos. Es una infamia buscar explicación a que una bomba destripe a niños inocentes (o a cualquier ser humano, vaya o no preparado para la contienda), es una infamia explicar el origen de un movimiento cuyos ejecutores ametrallan a una multitud indefensa, por venganza. Da igual, matar no tiene sentido, ni explicación ni lógica, salvo que un centímetro de tierra valga más que una vida.
¿Cómo se explican los hechos que conducen a la muerte premeditada de inocentes? No tienen explicación alguna, salvo que el fanatismo prendido de ideología o envuelto en una determinada bandera nos desaloje de la razón más simple.
La mirada hueca de un menor desahuciado del amor de sus padres asesinados, los ojos de unos padres que no alumbran horizonte por el hijo muerto. Cuanta angustia gratuita vendida al postor con más armas. Y cuanto negocio de banderas y patrias al servicio de muchos, demasiados, desalmados. Sentados impasibles en el sillón del poder donde ejecutar sin misericordia.
El hambre del refugiado, la ira del que sufre sin ningún remedio, todo va transcurriendo en una nueva era que generará más odio. Ahora la mirada es vacía e incrédula, mañana las soflamas la vestirán de rencor y de venganza. Y esas miradas incrédulas que ahora se evaden en la soledad de la tragedia, retornarán con uno perfil afilado como un puñal. Pero lo que generen, venga de donde venga, si produce muerte y desconsuelo, no estará asistido de razón alguna. No se puede perpetuar el círculo de odio y venganza. Ni se puede masacrar a un pueblo por el dolor sufrido.
Estamos sentados sobre una conciencia dormida, donde la tragedia, de tan cotidiana, se sienta a almorzar con nosotros y las noticias del televisor o de la radio. Cada vez soportamos con más indiferencia a desalmados que se están convirtiendo en reyes o mesías (no se que supone mayor peligro). Gobiernos que pasan de puntillas esquivando el desagrado de la realidad en aras de resultados macroeconómicos. Vale más equilibrar la prima de riesgo que el cayuco cargado de inmigrantes. Personas como nosotros, buscando lo mismo que nosotros, que arriban a nuestras costas con las ilusiones intactas, con hambre y frío y cargados de la desesperanza de la que huyeron. Que se convierten en la excusa de nuestro fracaso como sociedad. ¿Cómo podemos ser tan mezquinos?
Me gusta creer en el alma, a la que imagino llena de retales que vamos cosiendo a lo largo de nuestra vida. Donde hilvanamos recuerdos, nostalgia, caricias, sensaciones, …, desencuentros, vanidades, olvidos, …, esperanza. Posiblemente muchos de los que lean este escrito no crean en esos 21 gramos extra en nuestros cuerpos. Pero confío, en que al menos, guarden todos aquellos atributos que nos identifican como seres humanos sensibles, en el lugar donde la neurociencia los ubica. Yo, por simplificar y por razones que no viene al caso, los traslado al alma, principalmente porque cada día constato que hay gente sin alma.
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