La sonrisa de mi hija








Nunca acaba nada, solo nace un principio,

ni el frío ni las nubes apartan al solo arriba,

no ha historias perdidas, solo amaneceres ganados.


Todo lo que nos arrancan, nos libera del peso,

de la soledad de sombras que nos ocupan

salvo lo necesario, todo es parte de lo prescindible.


Ni los ocasos son finales, ni el amanecer principio, 

los besos son fugaces y necesarios como la vida,

el amor es la secuela de desnudar el alma y sentirla.


Quiero alcanzarlo todo, salvo tu vuelo libre sin complejos,

quiero saberlo todo, salvo lo que tu cerebro deposita en tu alma,

quiero sentirlo todo, incluso cualquier pena que te aflija.


Soy tu guerrero, el caballero de tus cuentos de hadas,

el defensor de tu causa y el protector de tus sueños, 

la mano sobre tu cuna y los brazos que te arrullan.


Quiero ser lo que quieras que sea mientras lleves tu vida de la mano,

quiero llevar tu mano de la mía, alejada de peligros,

abandonarlo todo y llegar donde te encuentres.


Nada termina, la vida lleva el sentido del pulso que le imprimas,

camina sin dejar de disfrutarla, sentando en las rodillas todos tus deseos, 

ganando el espacio y el tiempo, que sólo a ti te pertenecen.


Despierta cada día entre las ilusiones que tú misma creas,

lava tu cara con las caricias que los sentidos te guardan,

llena tus pulmones del deseo de seguir creciendo.


Eres una princesa de cuento, tocada por la varita de un hada,

todo lo que quieras será un deseo alcanzable, hasta donde tú quieras.

El mundo está al alcance de tus ojos verdes, mantén alta la mirada.


Que no te arrope el frío, que mis brazos están contigo,

que nada te haga mal, mientras yo respire,

que nadie te aparte del camino que tu sonrisa despeja.


Necesito sentir tu risa como cuando eras niña,

cuando quererme era un número que no se podía contar, 

porque no hay luz más cálida que la que se cuela por la sonrisa de mi hija.


José A. González Correa, diciembre-2018.



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