31 de octubre

Nunca supe a qué correspondían estas fechas en el calendario, cuando octubre se consumía y se asomaba noviembre. Las fechas en las que escenificamos el sentir por nuestros muertos. Fechas de santos y difuntos, fechas de miradas esquivas al pasado, miradas doloridas y húmedas. 
De niño recuerdo los paseos por el cementerio, leyendo epitafios y despedidas, observando fotos de personas desconocidas, envuelto en el aire frío, el olor dulzón de las flores y el color desteñido del pasado.
El tiempo no me ha resuelto las dudas sobre los días en que estamos, solo ha hecho que los viva de forma intensa por tanta nostalgia dolorida y cansada que cala de humedad todo mi cuerpo. Por eso, en estos días necesito el abrigo de las palabras, tejer una manta de frases que atemperen los sentimientos. Necesito escribir para calentar mi alma, para conectarme con ellos, para dejar constancia que no los olvido, para poder expresar sin vergüenza que lloro como un niño cuando veo sus caras en el álbum sereno de mi memoria.
A mis seres sin tiempo de la Alpujarra, a todos los amigos perdidos, a todos mis sueños acabados de forma imprevista, los acerco hoy para vivir con ellos el final de un día que amaneció claro.
Caído el telón, pesadamente, velada la luz que encendía el paisaje:
Viran los azules, de celeste a añil, un instante fucsia y al final negro.
La sinfonía inacabada tendrá que esperar otro día para que queden sus notas colgadas del pentagrama.
Cielo sobre el mar o tierra, o sobre nubes o.., sobre más cielo…, infinito
Como un acertijo se dibujan y aparecen, como guirnaldas, las estrellas.
¿Colgadas al azar?, ¡que importa!
Ausculta lo que tu corazón siente…, galopa, pausado, intranquilo, ¿escondido?, ¿has de moverte para que se conmueva?
Siente, no pienses, solo ausculta su latido y cuenta, a su ritmo, ese esplendor de estrellas.
Cabecea sorprendido por lo que ante ti se despliega, empapa tu piel con la brisa fugaz que se levanta, es suave, ligeramente fresca y algo húmeda.
¿Recuerdas ahora como se levantó el telón del día?
Para qué, si ahora tienes la noche sentada en tus rodillas.
¿Por qué enciendes la luz?, si la noche va cubriendo tu cuerpo.
Naciendo cada vez más pesada y, bajo ella, quedas sumido en un vago recuerdo de lo que la mañana había sido.
El velo no transpira, se agolpan gotitas de sudor sobre las cejas…, tus ojos abatidos se retiran de la escena.
En ella aparece el sueño, el tiempo en que el alma permanece en vela cuidando tu destino.
Se han suavizado los ruidos, se ha instalado el silencio.
La noche ha vencido con su pesado cuerpo, mientras el cielo etéreo también se ha dormido.

El peso del cielo
 
Jose A. González Correa





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