Las lecciones aprendidas

 Las lecciones aprendidas

 

No es nada nuevo en el ámbito militar tras un operativo, después de llevar a cabo determinadas acciones o actividades sujetas a una norma, se reflexione sobre aquellos aspectos que nos han ayudado, nos facilitaron cierto aprendizaje y, por supuesto, nos habría gustado realizar de otra manera con otra visión y otra forma de actuar. Estoy convencido que durante estos días todos hemos aprendido alguna lección, todos hemos reflexionado sobre muchos asuntos cotidianos y no tan cotidianos. Muchos nos habremos preguntado por nuestra propia historia y sobre hace dónde nos llevará en un futuro cercano nuestros pasos, de forma individual como personas y de forma colectiva como sociedad.

Primera lección: compartir en aislamiento

 

Hemos cambiado el registro de una soledad intramuros individual y compartida en el ambiente familiar por otra extrovertida de balcones solidarios, quizá con algún tinte hipócrita pero tan necesaria como acertada. Aplaudir, de forma más o menos generosa, a los colectivos que han estado al frente durante ese tiempo, supone unirnos en lo elemental a un sentimiento solidario qué va más allá, aunque sea durante un momento, de nuestro egoísmo. Por eso, un sencillo gesto como el compartir unos aplausos, en algunas canciones algún grito de esperanza, nos hace sentir en comunión con otros iguales a nosotros. Desconocidos que sin saberlo, qué sin haberlo pensado con anterioridad, sentirán lo mismo. Expresan los mismos miedos e ilusiones asomados a balcones, girando la cabeza en diferentes direcciones y reconociendo las mismas siluetas de vecinos desconocidos en nuestro diario. Cada tarde a las 8, la soledad individual de nuestro ambiente alejado pasó a una soledad compartida durante unos minutos y quizá, fue menos soledad.

Las redes sociales, más allá de un experimento sociológico y dirigido al marketing o expresar algunos de nuestros pensamientos, es una red ambientada de espacios huecos donde sólo en ocasiones se encuentran comentarios útiles e interesantes y, por supuesto, a personas interesantes. Sin embargo, me decepciona todo lo demás, en la mayoría de los casos sólo páginas desinformadas, bulos interesados y empresas al acecho de nuestros gustos y configurar un confinamiento a medida. O ventajistas de dedo rápido para compartir y “likes” compulsivos.  Quizás quede como un buen uso hacerlo coincidir con nuestro momento de reposo sentados tranquilamente en el inodoro mientras contemplamos esas historias virtuales sustitutas del papel couche de las revistas rosas-amarillas.


Segunda lección: el esfuerzo

 

Afrontar desde la serenidad y la necesaria implicación nuestro cometido en estos momentos de crisis. Más allá de cuestionar cada una de las medidas desde nuestro prisma, necesitamos en lo venidero, una respuesta honesta y orquestada, con un sentido crítico pero carente de color partidista.

Una respuesta real y solidaria, como la que miles de trabajadores esenciales han dado, trabajando a diario con miedo y sobreesfuerzo añadido. Con una sociedad esperanzada en que esa respuesta, la de tantos trabajadores y trabajadoras, Iba a ser la que de ellos se esperaba, porque son profesionales y ejercen con sentido de responsabilidad y convencidos de la necesidad de su quehacer, de la misma manera que venían haciendo diario, sólo que ahora, mientras otros se veían obligados a detenerse durante un tiempo (o mejor aún a cambiar la magnitud de su movimiento), ellos y ellas han tenido que mantener el suyo, como algo inevitable para que el barco de la normalidad arribara a puerto. Los necesitamos solícitos y atentos, preparados para ser la primera línea de choque frente a la realidad que nos ha confinado durante estos días. y sin desmerecer a nadie, porque todos han sido y seguirán siendo vitales, necesito hablar y contar lo aprendido sobre aquellos que he tenido y tengo más cerca, Por ser sanitario como ellos y porser militar cuando me acogen en sus filas durante mis activaciones.

Necesitamos y necesitaremos del esfuerzo de esos compañeros enfundados en sus EPIs, más o menos seguros o eficaces que se les han proporcionado, sin abrir la boca para esbozar una queja, si acaso esbozarían una sonrisa, aunque la mascarilla que ahora llevan no permita que la veamos. Aunque sus pacientes ven, en las arrugas de sus ojos, que sonríen, qué les sonríen. Soportando cómo elsudor y el cansancio empapan esos trajes y como las pantallas o las gafas se empañan.  Mientras, sus miedos permanecen encerrados en las habitaciones de sus casas, o incluso de hoteles donde se aíslan para evitar un posible contagio a sus familias. Enfundados en equipos que perderán su eficacia con el paso del tiempo, durante jornadas maratonianas de 12, 14 o más horas, agradeciendo un momento de respiro mientras piensan en cómo atender este desastre. Efectivamente, están enfundados en el valor qué les confiere su deber de sanar y de cuidar. Palabras nobles que una sociedad, alienada por la coyuntura de un incierto panorama de crisis económica, obvia de la cartera de servicios, haciendo que la sanidad quede relegada en los presupuestos y solo mantengan su dignidad y su prestigio aquellas mujeres y hombres que trabajan por vocación y por entrega a los demás. Qué pena que no sea un objetivo primordial ni prioritario, qué penas de aquellos que desde su responsabilidad política no han sabido ni saben situar la infraestructura y medios necesarios a la altura de los profesionales que mantienen el sistema sobre sus hombros.

Lo primero que se recortó durante la crisis económica fue la ciencia, bueno mejor dicho la ciencia no el presupuesto para hacer ciencia, porque la ciencia y sus científicos avanzan a pesar de la incompetencia de aquellos que los dirigen. La ciencia como aquello que porta la evidencia necesaria para que las medidas en sanidad sean eficientes, ordenadas, racionales y equitativas. Aquello que hace que los remedios, medidas y cuidados reflejen lo actual del conocimiento.  Que evita lo apresurado de buscar remedios cuando la situación se complica y nos desborda. La ciencia que administra y reflexiona, desde un pensamiento crítico los recursos disponibles. Qué pena que permanezca olvidada y que desde esta reflexión, en la que momentáneamente me detengo, me lleve a pensar si quien ahora debiera impulsarla no estará con su cabeza en la luna. El método científico, aunque imperfecto, es el único procedimiento que se basa en debatir y sacar conclusiones sobre lo reproducible y demostrable, que no avanza conclusiones sino que refute hipótesis, que no especula, sólo comprueba y expone aquello que permite que otros constaten el hecho. Necesitamos la filosofía para que nos conduzca en tiempos de tinieblas y la filosofía de la ciencia como esencial en el desarrollo del pensamiento crítico y de la ética en la investigación, sus planteamientos y en la puesta en marcha de medidas en función de los resultados. Pero necesitamos ciencia, ciencia de calidad y con el compromiso de una financiación decente y a la altura del esfuerzo y la necesitamos como prioridad si queremos seguir disfrutando de la vida. Sin ciencia no avanzaremos y todo se derrumbará como un castillo de naipes.

Por eso miles de profesores siguen afanados en enseñar con los medios tecnológicos de los que disponen, no dejando que sus alumnos caigan en la apatía, que pierdan su afán por aprender formarse y desarrollar un pensamiento crítico que permita algún día cambiar las cosas. Durante estos días grabada mis clases desde la habitación de 10 metros cuadrados en la residencia de oficiales de la Unidad Militar de emergencias, lo hacía convencido que mis estudiantes lo esperaban como algo bueno, una ayuda para seguir su formación y, además, lo hacía con ilusión e intentando despertar su ánimo en la convicción de que ellos son nuestra esperanza. Me he despedido en cada grabación deseándoles ánimo y enviándoles un abrazo sincero, el mismo que le daría a cada uno de mis hijos si viera que se vienen abajo. Y cada vez que finalizada la grabación, mientras subía el material al campus virtual de la asignatura, pensaba en cómo sería cada lugar donde se visualizará y atendería la clase, imaginando y deseando unas circunstancias favorables, para qué desde la responsabilidad que han demostrado muchos de nuestros alumnos y alumnas, mantuvieran la posibilidad intacta de seguir aprendiendo.  

Y no lo he hecho yo solo, evidentemente, todos mis compañeros y compañeras del departamento no ha fallado un solo día demostrando su compromiso, su vocación y amor por la enseñanza, llegando incluso más lejos, sacando a la superficie la sensibilidad de nuestros alumnos, invitándolos a describir desde su alma lo que nos regalaron otros poetas.

Los profesores y profesoras se han afanado para no dejar que el tiempo vacío, durante el aislamiento, distrajera o perdiera el talento que encierran nuestros estudiantes. Trabajamos con mentes y corazones jóvenes, impacientes, virtuosos y ejemplares a los que debemos conducir con entrega y dando lo mejor de nosotros, porque su potencial es enorme. En nuestro caso, formando sanitarios, los mismos que necesitamos y necesitaremos para hacer frente a esta y otras muchas penalidades, como ha ocurrido a lo largo de la historia. Jóvenes talentosos que no han dudado en acudir de forma voluntaria a los servicios sanitarios, de forma espontánea, altruista y generosa. Esta es la esencia de los sabios del futuro.  Muchos se han enfundado en los equipos y trabajado en circunstancias difíciles, descubriendo el horror, quizá demasiado pronto, aunque la lección durará de por vida. Esta generación de estudiantes de Enfermería y de Medicina, principalmente, han demostrado con palabras en mayúsculas lo vocacional  que nuestra profesión, viviendo la realidad desgarradora tan de cerca que sus sentidos y sentimientos habrán cambiado.

Y a todos aquellos que penséis que no habéis hecho lo suficiente, que la indolencia ha crecido en vuestro aislamiento, a los descreídos o desilusionado, recordad que la vida o sigue esperando para dar y demostrar lo mejor que tenéis. En todos surgen dudas, todos mostramos falta de aliento y que todos sentimos miedo. Mostrad vuestras angustias, pero seguir caminando.  No os detengáis ahora, sois el futuro, demostrad vuestro compromiso. Las almas jóvenes son inconformistas y valientes es hora de demostrarlo, porque necesitamos vuestro esfuerzo, el esfuerzo solidario de todos.

 

Días intensos, interminables, ordenados y disciplinados, todos a una para que la labor sea eficiente operativo y rápida, uniformes ocultos bajo los trajes de protección, desinfectando, asistiendo, patrullando, atendiendo, cuidando, dando calor hasta en los lugares más fríos y dando consuelo a las almas de cuerpos que sólo podían ser velados. Días de 14 y 16 h, sin ninguna pregunta o comentario, salvo un visto y a la orden,  demostrando su trabajo abnegado al servicio de todos. Esfuerzo solidario y atendiendo el deber, como un lema tatuado en su alma, asumiendo la necesidad de dar ejemplo ante una situación tan desgarradora, viendo y asistiendo situaciones difíciles, de soledad y de abandono. Asistiendo la necesidad, sin pensar en cómo se exponían, ningún paso atrás, todos a una única voz y con un mismo sentimiento: el de ayudar a sus conciudadanos y a su patria cómo lo harían si tuvieran que defenderla de cualquier otro enemigo. Esos han sido, para mi orgullo, mis compañeros durante 75 días, los soldados suboficiales y oficiales de la Unidad Militar de emergencia, a los que he visto empapados de sudor y abnegación su piel y sus uniformes, acatando y cumpliendo órdenes como militares. Dando su alma y exponiendo su salud como compatriotas, comprometidos con el resto de sus conciudadanos. Este es nuestro Ejército, que nadie lo dude y está como reza el lema de la Unidad Militar de Emergencias: “para servir”, ¿hay un fin más noble?  Un enorme esfuerzo de quienes también tienen familia, de quienes viven lejos, de quienes en muchas ocasiones no han visitado a sus familiares en meses para evitar contagiarlos, de quién, sí ha caído enfermo, preguntará por cuándo podría incorporarse. Hacerme sentir parte de ellos y que valoren en algo mi esfuerzo es ahora mi recompensa, gracias por vuestra lealtad, entrega y amor al prójimo, gracias por actuar con el único fin de servir sin distinción, ni matices, gracias por hacer grande el término soldado.

 

Hemos aprendido a vivir con inquietud, pero no hemos entendido la magnitud del problema, nos hemos sentido encerrados, aislados incluso, lo hemos asumido al principio con cierto humor y, en muchos casos, de forma ejemplar. Qué llegada la hora de la liberación, de la estrategia de volver a la normalidad atravesando fases sentimos que el problema ha finalizado y que nos dejan regresar de repente a nuestro diario.  La dificultad de esta crisis estriba en que no tenemos un remedio mágico para dejarla atrás, no lo planteo desde la perspectiva económica, sólo desde la sanitaria, no hemos derrotado el virus solo hemos resguardado una parte de la población del contagio. Además, la incertidumbre sobre la inmunidad de rebaño y el escaso porcentaje de seroconversiones, me refiero al estudio de seroprevalencia del Ministerio de Sanidad hace que debamos ser extremadamente precavidos.

Si nuestra conciencia social no consigue unas actitudes homogéneas, serias y respetuosas con la realidad que soportamos, más que vivimos, el esfuerzo de muchos no habrá servido de nada. Nos resulta insufrible pensar en los días que hemos pasado confinados, cada uno con su historia inacabada y con la nostalgia de finalizarla. Es difícil imaginar que nos vuelva a ocurrir de nuevo, pero seguramente ocurrirá y en parte será por nuestra actitud negligente e irreflexiva.  ¿Tanta necesidad de tomar copas con los amigos en el bar, uno y otro y otro días más? Seamos serios, consecuentes y solidarios, resolver esta situación es labor de todos, nunca antes las actitudes individuales fueron tan importantes para resolver un problema. Nuestra actitud, desde la solidaridad y el compromiso, compensará el esfuerzo de otros.



 

Tercera lección: la nostalgia

 

Cerramos los ojos y uno a uno se van acercando los recuerdos desde todos los rincones del pasado, como sombras entre la neblina, presurosas y esquivas desplaza nuestra razón de las cosas esenciales y nos desarman con la afectividad con la que los brazos de una madre acallan el llanto de un niño.

Echamos de menos tantas cosas que apenas tenemos tiempo para nombrarlas. Mientras me apresuro por evitar que la idea que se aproxima a mis dedos, con el fin de depositarla en este trozo de papel se apague, mi propia inconsciencia me está revelando como flashes, como diapositivas descargadas desde otro tiempo, trozos de recuerdos con colores muy nítidos y transparentes. Como las iridiscencias de una pompa de jabón, sus colores vívidos y perfilados se han calado en mi cabeza dibujando entre los surcos de mi cerebro un arcoiris perfecto de inicio a fin. Las gotas de Rocío de esas mañanas precoces acompañan la memoria, aquellas frágiles gotas que permiten la descomposición de la luz en esas tonalidades dispares y armónicas. Sensaciones nuevas, tras días grises, que despiertan la necesidad de soñar y volver atrás para paladear, con todos los sentidos, aquellas cosas buenas que se cosieron a nuestra alma. Recuerdos imborrables que nuestro afán por conservar, atesoran en un lugar privilegiado qué pocos conocen y que solo nuestra imaginación puede encontrar en el rincón olvidado de las cosas.

Mis sensaciones son un eco sonoro que no deja descansar a mi cabeza, desde la certeza de vivir para revivir los instantes de entrañable recuerdo. Mi evidencia, en estos momentos, niega la realidad que sucede y lo cambia, con toques de magia reflejados en los ojos de un niño, por luces de colores, confetis y risas, de todo aquello que arruga nuestros ojos, achinándolos de felicidad incontrolada. Por eso, añoro lo sentido como especial, para revivirlo despacio en días como estos.

 

La nostalgia

 

Será como dibujo en sueños

el color de unos ojos,

aún cuando no los miro

los recuerdo con su brillo.

Será como añoro los abrazos,

los latidos que se escapaban

al besar los sentidos

ajenos al diario.

Los hilos descosidos

tras la derrota

no son tales,

porque a mi alma hilvanada

va mi historia,

con el resto de caricias,

esperando en mi memoria.

La espera como un tiempo

cubierto de esperanza,

la espera como un murmullo,

agónico y distante,

la espera como lugar

alejado del reencuentro.

La espera como argumento

para la soledad de mi historia.

Y al final,…

la espera se deshace

como el agua despeñada

que valiente se lanza,

con arrojo y con bravura

y deshace sus sentidos

y derrota con afán

tanta distancia.

 

No detengas el tiempo

no permitas la demora

regala tu risa,

redibuja cada expresión de tu cara,

No dejes arrancar

otra página del diario,

quédate a compartir la tarde

la misma que en otro tiempo,

a tu corazón abrazaba.

Acuna sus latidos con tus manos

y déjalo regresar junto a tu alma,

déjalos soñar despiertos,

corazón y almas resueltos

en un abrazo de vida.

Déjalos dormitar tranquilos,

que empapen de sudor la sábana,

como sudario enamorado.

Acumula los sentidos

y cúbrelos de nostalgia,

mientras piensas,

cierra la puerta del cielo,

y abraza tus deseos

con el hueco que tus manos

dejan al acabar el baile.

Vive para soñar el momento

deja en el aire un molde inolvidable

que permita ser refugio

de otras nostalgias cautivas.

Deja las gotas de nostalgia precisas

y que el tiempo

no nos encierre en su torre

sin volver a sentir

como sienten los enamorados.

 

Que vuelva lo vivido, 

como sombras indecisas del pasado,

solo porque en esta habitación oscura

serán la luz precisa

de un duermevela,

mientras acomodo,

en un hueco de ternura,

los retales que cosí a mi alma.    


                  

 

Cuarta lección: el tiempo

 

Hemos aprendido a llevar el tiempo desde una posición quieta y repetida.  marcado por la rutina que lleva hacer cosas parecidas durante una serie larga de días. Otros, sin embargo, enfrentados a la incertidumbre que conlleva pasar el tiempo fuera, en lugares enfrentados a la posibilidad de contagio (lección sobre el esfuerzo y el deber cumplido).

Tiempo para que las cosas pasen, tiempo para el miedo, tiempo para la reflexión y organizar lo que nos viene y atender cómo podemos, cómo nos puede cambiar la vida, el relato de lo cotidiano sin que podamos hacer nada, salva aceptarlo.

El tiempo con una figura amorfa, intangible, pero presente. Acomodado a nuestro yo, a cada instante, como si ni siquiera quisiéramos o pudiéramos consultarlo, cuando apenas nos hemos movido de un lugar a otro de la casa. El tiempo como un fantasma del pasado dispuesto a no abandonarnos y reconducir las prisas en el diario qué, ahora, solo se nos dibuja como un recuerdo.

El tiempo impasible y esquivo que despierta nuestra rebeldía porque nada pasa, el mismo tiempo finito y pausado de los que se han ido durante el transcurso de esta historia. Tiempo para el recuerdo eterno y para seguir añorando disponer de él, en la confianza de que nos asegura seguir vivos.

El tiempo como una nave del pasado a la que necesitaríamos volver, ante la expectativa de haberlo perdido o por las situaciones inacabadas. Estaciones vacías sin trenes que las transiten, sin permitir segundas oportunidades ni inicios de un nuevo viaje. Sentimos, en estos días, un tiempo perdido o arrebatado, incluso robado por quienes no atienden ni conocen nuestra historia. Por quienes, a distancia, toman las decisiones que cambiarán el hilo de nuestra existencia, tan efímera y vulnerable que nos hace empequeñecer, sentir miedo y refugiarnos.

Ahorramos en compromisos, en proyectos y segundas opciones, en otro momento, en quizá lo haga, en un puede esperar, en una ilusión postergada al momento oportuno o necesario y, de pronto, nos quedamos sin tiempo, porque sencillamente pasa de largo mientras esperamos volver a nuestra realidad de siempre, tan sencillo como eso. ¿Nadie nos preparó ni nos advirtió de que el futuro es incierto? Lo sabemos y posponemos desde siempre ese aprendizaje, seguros de nuestra inmortalidad, tan innecesaria como irreal, ajustados a nuestro traje de diario, sin permitir que durante el tiempo que posponemos, se cumplan los sueños que postergamos al futuro.

 

Las lecciones no están acabadas, solo suspendidas en esta canícula que nos dio una tregua, no volverán los mismos días, pero seguiremos pasando hojas del calendario, buscando aprender y crecer, sin renunciar a vivir nuestro diario.

 

José A. González Correa

 

 

 

Comentarios

  1. Ufff.Menuda reflexión,acertada y muy oportuna en este momento. Difíciles tiempos nos esperan, pero si algún colectivo no puede perder la esperanza somos nosotros.

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  2. Extraordinarias tus palabras.
    Me ha encantado.

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  3. Gracias por compartir tu aislamiento, tu esfuerzo, tu nostalgia y tu tiempo, profunda reflexión que llega al corazón, un abrazo José Antonio

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