1 de enero de 2016, la calle solitaria

1 de enero de 2016, la calle solitaria.

Todo transcurre tranquilo, con un calma que invita a pensar que no ocurre nada, pero es el día siguiente de una larga noche. Cuando transito por la calle veo sus caras, miradas perdidas o cansadas, que no ocultan su desánimo, su desaliento. Como autómatas movidos por el impulso de un azaroso destino que ahora los condena a vagar.

La calle está casi desierta y distingo su figura desaliñada caminando con fatiga. La cara algo embotada mantiene la mirada fija al frente, pero no ve. Solo transita. Cruza el espacio que separa su destino de ahora de su pasado reciente. Sin más abrigo que un jersey rojo, percibo que su cuerpo ha pasado frío.

Algo más hacia delante, otra figura escarba la basura de un contenedor, las escudriña con la ayuda de un palo. No se que busca, probablemente comida y algún objeto por el que sacar algo de dinero.

La calle sigue solitaria, en la esquina de arriba un señor de aspecto cansado espera impaciente a una señora que deambula con la ayuda de un carrito. Ella mira, sin prisa, un escaparate y él se desespera con el andar lento de la mujer. ¿Qué prisa tiene él y por qué se resiste a abandonar la calle ella? La calle está solitaria y quizá estarían mejor en casa.

Cerca de una farola, una mujer de cabello negro y ataviada con un chandal azul pasa junto al hombre de jersey rojo. Ella lleva un paso vivo y pronto lo deja atrás. El no la ha visto, sigue mirando hacia delante sin que nada atraiga su atención. Ella también debió pasar frío, un chandal es poca prenda para un invierno, aunque sea Málaga y con este clima cambiado. El día, no obstante el azul brillante con algunos faldones de nubes y es cálido. 

En la acera de enfrente, dos jóvenes bajan en dirección opuesta. Van cubiertos con sendas capuchas, y gesticulan tímidamente al tiempo que hablan. Sus pasos son más firmes, pero carentes de entusiasmo. El dueño de una pequeña tienda, lo imagino por sus rasgos orientales, de esas que casi nunca cierran, los observa y justo cuando van a pasar a su lado, retrocede sobre sus pasos y queda en el interior, mirando a través del escaparte.

Casi no transitan coches, en este día de primavera adelantada, de noticias escasas y excesos gastronómicos para algunos. El día de resaca, posterior a la alegría infinita de hallarnos presentes en otro año, de apresar otro número en el calendario.

La existencia de seres sin rumbo en las calles, adormece los sentidos que no saben como entender la soledad de algunos y la miseria arrinconada en los mismo. Seres conscientes de que no les queda más camino que el de seguir a sus paso en un rumbo desconocido. A la misma distancia del despilfarro está la insignificancia de los desfavorecidos, personas que fueron abandonadas a su suerte por una sociedad embustera que crea la necesidad para esclavizar almas.

Lamento que el primer día del año siga siendo esquivo para algunas gentes, por más que la rutina le haya acomodado su vitalidad a la mera necesidad de seguir con vida. La esperanza no se pierde la primera vez que nos obliga a abdicar nuestro presente, ni acumula desalientos ni fracasos del pasado. La esperanza se pierde ante la continua evidencia de nuestra propia indiferencia.

Una calle, un día uno de enero de un nuevo año, con frío y personas recorriendo esa misma calle sin saber para que siguen vivos.

El sentido que  le damos a nuestra propia historia, nos permite entender porqué amando la vida sin sentido, nuestra existencia solo es subsistencia. Amamos la vida no por vivirla sino para vivirla en los demás y dejar que los demás convivan en la nuestra. Solos, perdemos el motivo que nos hizo necesarios.

Termino de transitar por la calle solitaria,  llevándome las vivencias de personas derrotadas y la sensación de no tener remedio con el que deshacer el desconsuelo.

1 de enero de 2016

José A. González Correa

 


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