Tristeza por la barbarie

Es difícil contemplar lo que está sucediendo y permanecer inalterable o quedar al margen.
La violencia se ha adueñado tanto de lo cotidiano que somos capaces de asimilar atrocidades casi de forma inconsciente. Tan comunes en lo diario que la sociedad empieza a impregnarse de ella de forma preocupante. Violencia que no discrimina dónde se manifiesta, ni sobre quién se ceba, independiente de la edad, género, clase social, raza, cultura,… Solo violencia como manifestación de la pobreza de ideas, de la indignidad, de la sinrazón, de la soberbia y de la cobardía. Solo violencia gratuita por el hecho de resignar al contario a vivir con el temor o el miedo. Violencia condenable y maldita, provenga de dónde provenga y humille, oprima, o condicione a cualquier ser a vivir bajo su yugo.
Somos ciudadanos de un mundo imperfecto, de enormes desigualdades y donde se especula con la globalización del miedo. Miedo a perder lo que tenemos, a no conseguir lo que tienen otros, miedo al desamparo, a la pobreza, a la incomprensión o al rechazo. Miedo a pasar de puntillas sin haber vivido. Miedo a que nos esclavicen ideas, delirios o fanatismos. Miedo a los violentos … La violencia engendra miedo y difumina nuestra propia imagen e identidad. Los violentos lo saben y se atrincheran en falsas razones, porque ninguna idea, religión, razón o sentimiento puede ser conseguida mediante la violencia. Y, por eso, jamás triunfan, más allá que en el corazón insensible dominado por el hecho irracional de concebir el fin sin mirar el medio.
Somos una sociedad antigua y evolucionada, con ideales diversos y con diferentes sensibilidades e ideas. Hemos acuñado siglos de historia llenos de luces y sombras y a duras penas hemos aprendido de ese pasado. Pero somos un país abierto, solidario y generoso. Y debemos conservar el sentimiento de unidad frente a cualquier acto de barbarie. Y al frente de nuestras voces deben estar las de aquellos que nos representan, sin ambages, con claridad y rotundidad y olvidando el interés partidista. Somos miembros de una sociedad madura y reclamamos una clase política que esté a nuestra altura.
Nunca hubo justificación para que ETA nos asesinara, porque todos fuimos sus víctimas. Cuando asesinaban políticos, militares, miembros de la cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, transeúntes, …, asesinaban a personas como nosotros. Y ninguna idea puede tener el valor de una vida, ninguna.
Ayer nos volvieron a asesinar en Barcelona, sin ninguna razón, sin ninguna justificación y sin ningún propósito, salvo que tengamos miedo. Un miedo legítimo que se debe disipar si tomamos conciencia que, siendo imperfecta la sociedad que conformamos, somos un colectivo plural, diverso, idealista, comprometido, solidario y abierto a todos. Somos un pueblo generoso al que no le pesa que las ideas, cultura y religión de otros pueblos se mezclen, convivan y crezcan junto a las nuestras. No concibo los ideales que necesitan de la violencia para permanecer y fortalecerse a expensas de la vida. No puedo entender, ni quiero, a asesinos mezquinos que han crecido como uno más entre nosotros y que arremeten con crueldad contra esa misma sociedad. No asumo su bandera ni su fanatismo religioso.
Quisiera pensar que nos sobran sueños, ilusiones, ganas de vivir e ideales para no tener miedo. Quiero vivir haciendo honor al raciocinio que se nos supone y por ese motivo, no puedo dejar de condenar la violencia, sentir el pesar por las víctimas y abrazar de corazón la cordura. Nos han vuelto a asesinar en Barcelona y no hay nada que justifique a los asesinos.

José A. González Correa

Órgiva, 18 de agosto de 2017

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