Caricias de invierno

Caricias de invierno

Encallecieron sus manos de acumular el paso del tiempo al exponerlas a madrugadas frías y tardes infernales de estío, a espacios opuestos del mismo tiempo que acompaña la andadura.
De sentimientos callados, dónde el ardor encontraba la caricia intensa, el descolorido paso del tiempo en su cabello cambió la pasión por la templada y tibia nota de calor del sol recién aparecido. Las manos enérgicas de antaño dibujadas ahora como señales ciertas de tantos instantes vividos.
El aire que lo envuelve mientras lo observo ha descosido su ayer y ahora, percibo su pulso firme y sus ojos nostálgicos son ahora los de un niño. Asomado a las lindes del campo con la mirada fijada en las copas de los árboles, explorador de nidos y soñador sin alas.
Como un héroe imprescindible para mi, su mirada me traslada volando hasta sus pensamientos. En ese lugar caigo rendido y abrazo sus recuerdos que reconozco tan míos. Tan necesarios e inabarcables que disipan mi percepción del ahora, transformándome en la energía que tanto añora.
Acodado en cada uno de nuestros resquicios, el amor transita en nuestra vida como el recuerdo inalterable de lo que somos, lo que fuimos y seremos. Condicionados por ese estado de cálculo ilimitado que nos mejora y condiciona, atemporal e imposible de guardar como lo que fue. Cambiando su percepción con el tránsito estacional de nuestra vida.
Transcurridos en mi corazón primavera, estío y caminando el otoño, descubro los matices que empieza a dibujar entre cada lugar recóndito de mi alma. Reconozco los cambios de mi pulso de manera tranquila, y las noches se alían con los recuerdos desbordando el estanque de vivencias. Y buscando volar por entre las copas de los árboles, descubro el paso previo del héroe que me acunó en esta vida.
Sus manos sintiendo el peso del tiempo, su mirada perdida o huida del lugar que lo enmarca, su sonrisa volcada y su cabello blanco, me llevan a pensar en el invierno.
Los retales de amor con lo que se cose el alma, son temporales e infinitos. Acomodan las distintas estaciones de nuestra vida y le dan el calor y color que esa época necesita. Y crecen de forma exponencial sin más límite que el que marca nuestra existencia.
Durante el invierno, las caricias de enamorado fueron la expresión pausada de aquello que no se agota, ni tan siquiera por el paso del tiempo.

Caricias de invierno

José A. González Correa, mayo-17






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