Estas fechas inciertas de Santos y Difuntos
Nunca supe a que correspondían estas fechas en el calendario,
cuando octubre se consumía y se asomaba noviembre. Las fechas en las que
escenificamos el sentir por nuestros muertos. Fechas de santos y difuntos,
fechas de miradas esquivas al pasado, miradas doloridas y húmedas.
De niño recuerdo los paseos por el cementerio, leyendo epitafios y
despedidas, observando fotos de personas desconocidas, envuelto en el aire
frío, el olor dulzón de las flores y el color desteñido del pasado.
El tiempo no me ha resuelto las dudas sobre los días en que
estamos, solo ha hecho que los viva de forma intensa por tanta nostalgia
dolorida y cansada que cala de humedad todo mi cuerpo. Por eso, en estos días
necesito el abrigo de las palabras, tejer una manta de frases que atemperen los
sentimientos. Necesito escribir para calentar mi alma, para conectarme con
ellos, para dejar constancia que no los olvido, para poder expresar sin
vergüenza que lloro como un niño cuando veo sus caras en el álbum sereno de mi
memoria.
A mis seres sin tiempo de la Alpujarra, a todos los amigos
perdidos, a todos mis sueños acabados de forma imprevista, los acerco hoy para
vivir con ellos el final de un día que amaneció claro.
A Fernando, mi abuelo, el héroe de mi niñez, el brigada de genio
seco y mirada franca.
A Aurora, desconocida y extraña, deambuló cegada en el desamor de
un hijo perdido.
A mi madrina, la imagen especular de mi madre, mi entrañable tita
Consuelo que dejó su corazón cansado de tanto querer a punto de ser curado.
A mi amigo Paco, el caballero de Sierra Lújar, el amigo que me
enseñó a ser Alpujarreño.
A Manolo, el hombre honrado y serio que amó las tierras y se
fundió con ellas.
A mi hermana, a mi hermana poetisa, la que me regaló el sentido
mágico con el que sentir las cosas, a la mujer de carácter aterciopelado y
sonrisa eterna.
A mi madre, la dueña de mis alas de ángel, el abrazo infinito
y sin descanso, la cuna donde dormir sereno, el pañuelo donde enjugar el
llanto.
A Elías, el dueño de su destino, el creador de su propia leyenda,
mi amigo.
A mi padre, el referente en mi vida, el creador de mis sueños de
infancia, la persona más noble y buena que he conocido, la imagen a la que me
gustaría parecerme un día.
A Rafa, mi compañero de ENM de Marín, el aprendiz de Peter Pan.
A Ernesto, el amor bohemio de mi hermana, el enamorado amante de la vida.
Cada uno, cada una, tiene su sitio en mi alma, no hay lugar en la
memoria ni en el corazón que guarde tanto cariño. Cada una de esas pérdidas
duele de forma especial, pero duelen, no hay otra palabra que lo defina, es
dolor.
Dolor hondo, sereno, desconsolado, aterido, inerte, frío,
acallado, desbocado, siempre húmedo y siempre inexplicable.
En algunos momentos me llevaron a escribir algunas cosas…
Caído el telón, pesadamente, velada la luz que
encendía el paisaje:
Viran los azules, de celeste a añil, un
instante fucsia y al final negro.
La sinfonía inacabada tendrá que esperar otro
día para que queden sus notas colgadas del pentagrama.
Cielo sobre el mar o tierra, o sobre nubes
o.., sobre más cielo…, infinito
Como un acertijo se dibujan y aparecen, como
guirnaldas, las estrellas.
¿Colgadas al azar?, ¡que importa!
Ausculta lo que tu corazón siente…, agalopado,
pausado, intranquilo, ¿escondido?, ¿has de moverte para que se conmueva?
Siente, no pienses, solo ausculta su latido y
cuenta, a su ritmo, ese esplendor de estrellas.
Cabecea sorprendido por lo que ante ti se
despliega, empapa tu piel con la brisa fugaz que se levanta, es suave,
ligeramente fresca y algo húmeda.
¿Recuerdas ahora como se levantó el telón del
día?
Para qué, si ahora tienes la noche sentada en
tus rodillas.
¿Por qué enciendes la luz?, si la noche va
cubriendo tu cuerpo.
Naciendo cada vez más pesada y, bajo ella, quedas
sumido en un vago recuerdo de lo que la mañana había sido.
El velo no transpira, se agolpan gotitas de
sudor sobre las cejas…, tus ojos abatidos se retiran de la escena.
En ella aparece el sueño, el tiempo en que el
alma permanece en vela cuidando tu destino.
Se han suavizado los ruidos, se ha instalado
el silencio.
La noche ha vencido con su pesado cuerpo,
mientras el cielo etéreo también se ha dormido.
El peso del cielo
Jose A. González Correa
Abierto, velado, abandonado e inerte
el cuerpo sin vida de la ilusión pasada,
el cadáver ignorante de mi propia mentira,
la consecuencia inequívoca del ideal abatido
Sentidos pertrechados tras el muro intangible
de nuestra propia infelicidad no reconocida,
aroma de fracaso disimulado con fragancias
inventadas,
callados pensamientos que no se materializan
en nuestros labios
Noviembre triste, preludio de un diciembre de
cenizas
sin esparcir todavía, precipitadas y
guardadas,
gris nostálgico de nuestra paleta de tristes
matices,
verdad dibujada con trazos desgarradores y
dolientes.
Vida cercenada cuando nadie quería, ilusiones
rotas,
roto el rostro de forma anticipada, tiempo
premioso,
perfiles difuminados por el fuego, frío final,
abandono precipitado, cuentos inacabados,
cantos sin ecos.
Siniestro pasado que no acepto, pensamiento
alterado que detesto.
Admiro la realidad que se asume y añoro las
palabras consumadas.
Como verdad irrevocable se cuenta lo sucedido,
a mí me queda la esperanza de escribir lo vivido.
Preludio de un diciembre incierto
Jose A. González Correa
Hoy se fue mi padre,
A 3 de los 100 encontró atajo hacia lo eterno
Hoy me pesa la vida tanto como la pena
Hoy se acuna en mis brazos la tristeza,
a la espera de elevar el muro
que separe mi vista del camino
un momento, el instante de enjugar la pena,
para luego derribarlo y seguir con ella,
pero sin su reflejo en el rostro.
Hoy soy un poco más pequeño,
sin sus hombros ni manos: menos fuerte,
sin su risa: vulnerable
sin él, un niño solo.
Las esquinas dónde apartado, con la mirada ida,
iniciaba la partida, a ratos dormido,
a ratos ido, esperan que ocupe su sitio.
A veces parecía que no, pero siempre estaba.
Esperando lo que al día le quedaba para quedar dormido
esperando la voluntad de quienes estábamos,
aguardando el reencuentro con los que ya se habían ido.
José A. González Correa
Cuando te miro veo la sierra,
toda sierra Lujar reforestada,
sus lomas, sus altos, sus riscos,
sus brotes tras la quema.
Te abrazo y siento tu calor,
Hasta en tu muerte das abrigo,
Hasta en tu adiós me das consuelo,
Desde tu paz, no siento frío.
Hondo ejemplo para seguir el camino,
Para hollar el matorral de la sierra,
Siguiéndote de hito en hito,
Sin alejarme un paso, sin abandonar la huella.
Tus brazos ahuecando la tierra,
Tus piernas desbrozando el sendero,
Tu mirada de hombre limpio,
Tu sonrisa de niño eterno.
A tu sombra me cobijo,
Tu rutina me entrego,
Viniste para ser bueno,
No elegiste otro camino.
A mi padre
Jose A González Correa
Acompasaste la respiración con la compasión y pena
para quien quedaba mientras partías, con la manos unidas,
acomodando en ellas el aire que no tenías, tan frías
que las desunías y frotabas procurándoles calor.
Mirabas a través de manantiales tan limpios
que las lágrimas de tu pesar eran la propia vida,
el milagro de un oasis allí donde se recogieran,
las mismas que tantas veces acallaste en pequeños gemidos.
Lamento las pocas que vertiste mientras te buscaba alivio,
tan seguro de que nada te pasaría, como siempre,
seguro de traerte de vuelta, aunque llevaras billete al
paraíso,
indefenso y asustado mantengo el temor a tu partida.
Sentada sobre un trono de paciencia, envuelta de
determinación,
atenta a las reacciones y necesidades del resto,
ahogando las propias para no ser un problema,
dibujando la resignación en un lienzo de vida entregada.
Buscaste el aíre que no tenías,
mirándome con facción
inalterada y serena,
sin desesperación asumiste el destino,
mientras me consolabas mintiendo sobre tu mejoría,
Sin esperarlo llegó el desconcierto, la paradoja
tus manos abarcando el aire sin sentido,
queriendo depositar lo que yacía inerte sobre la mesa,
fue tu perpleja respuesta al notar que alucinabas
Un prolegómeno de muerte, de final innecesario,
de fatal juego de azares que me dejaron huérfano
y a ti dormida dos días antes de dejarnos,
¿pensabas en ella verdad?, que suerte tener Esperanza.
Las ateridas noches de descanso, transcurrieron …
colmaron el avatar predeterminado, en silencio,
interrumpido por los pasos temerosos y ansiosos
que nos llevaban a mirarte con ojos incrédulos.
La voz cierta que te preguntaba si creías,
mientras absolvía tus pecados, otra ilusión,
otro renglón torcido necesario para hacerlo todo cierto,
cada amen certificaba tu muerte y la garganta me dolía.
Ahora tu respiración se ahogaba en el interior de tu pecho.
Mientras dormías, tu cuerpo se entregaba sin lucha.
Era tu alma la que vencía y abandonaba su soporte,
entre el abrigo artificial de las mantas y, sin embargo,
frío.
Cuerpo que devolvimos a la tierra,
con toda la pena que cabe en tan frágil envoltorio,
con el que nos quedamos atrapados,
apresando nuestra alma imparcial y congelada.
Aquí quedan las alas rotas que me guardaste de pequeño,
dime que hago con ellas, no se volar, lo olvidé a tu abrigo.
También conservo el calor de tus velas y tus noches en vela.
Tus pocos abrazos, mis despedidas sin beso y el llanto de
mis hijos,
todo guardado en la misma tela tejida de sentimientos.
Vuelvo a recogerlo todo, ahora que lo esparcí sobre la mesa
mientras te escribía.
A mi madre
José A. González Correa
No hay luna que me acoja y
sin sombra de plata la negrura crece,
sin estela sobre el manto de hierba
los pasos se pierden en esta noche rota.
No distinguí el ocre sin el sol de otoño,
velado entre niebla, aislado por el gris,
resuelto en aparecer permaneció escondido,
y aquella espesura aun se prologa sin luna.
La espero, sin que aparezca,
ni su cerco asoma entre las nubes,
solo imagino su redondez iluminada
sin que mis ojos la alcancen.
Dentro de la noche la ausencia se agranda,
crece como árboles imaginarios, y las sombras
que se agolpan en el camino, furtivas,
me sorprenden, asustan y apartan.
Y la noche que sigue creciendo
ahonda la tragedia de luz perdida,
aguardando el día que aun espera,
que permanece dormido, soñando.
Antes del alba
sentiré el vértigo,
el mismo que siempre me aparta
un instante de la vida y rozo
la espesa negrura del vacío.
Extiendo los brazos hilvanado el aire
y el suspiro que provoca el viento helado,
cosidos ambos me envuelvo en nada,
imaginaria tela de desconsuelo.
Velo extraviado que ansío y no consigo
ceñir a mi cuerpo helado, que abatido,
derrota las rodillas y me deja en el suelo,
esperando a la luna que nunca llega.
Sin luna que me acoja
Jose A González Correa
Siento pasar mi infancia en cada pliegue de
tu piel,
cuando miro tu cara, cuando atisbo tras tus
ojos lo que sientes:
creo que me parto en dos que no seré capaz
de mantener la mirada.
Lamento lo que te pasa y quisiera evitarlo,
borrar el mal desde dentro
devolverte la esperanza, arrancar el daño,
dejar ocultas las dudas.
Quiero que tus palabras fluyan sin que te
cueste.
Quiero que nos digas tantas cosas …,
que hables sin rendirte
Quiero que no te mueras quiero que no te alejes
Cada día que nos devuelve a la vida es una
playa ganada,
un trozo de tierra arrebatada en una guerra
sin fronteras.
Adornas la navidad con las guirnaldas que
guardaste,
tras años sin llegada y después de días sin
salida.
Sumérgete en mi cabeza para que sepa entenderte
…, y no abandones tu semblante de niña.
Despierta tras cada sueño, no te abandones
en ellos
vuelve donde estamos, juntos como siempre
Limita el tiempo de tu ausencia a un simple
hasta luego,
revive desde dentro las canciones dormidas
de tu adolescencia,
imita con tu voz el desamparo de tus niños
idos,
regala tus instantes de mujer inquieta.
Quédate conmigo, te quiero con todas mis
ganas,
sin tiempo, sin prisa, solo porque siempre
lo quise.
Me enseñaste a escribir, a sentir la poesía,
a soñar con ser poeta.
Aun no he escrito nada que merezca la pena que
leas:
ojala pudiera haberlo escrito,
ojala no tuviera que improvisar tu silueta.
A golpes de vida me hicieron, a golpes
forje mi vida,
a golpes jamás dejaré que me dirijan, …,
¿te acuerdas?, me lo escribiste cuando era
un niño,
cuando eras mi hermana “poeta”.
Vive donde pueda verte,
pasea por las lindes del haza,
perdona que no te hiciera la casa…
guárdate en mi corazón cuando quieras,
mientras trepo aceitunas bajo la lluvia, no
me pesas.
No te vayas, por favor no te vayas.
A mi hermana Esperanza
José A. González Correa
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