El desgaste

Han caído, amarillas, las primeras hojas de los árboles.
Aún sin alfombrar el suelo, su tierra continúa amamantando mis latidos.
Asumo el fracaso mientras aro en baldío y el viento amontona las hojas.
El instante de esa imagen se hace eterno, no hay lugar para el retorno y continúo.

El calor del cielo vira de azul a añil, de gris a negro.
Las nubes se amontonan y rugen, el agua se descuelga desde arriba,
la tierra se sumerge en su pasado, se mezcla con la lluvia, se embota.
El camino se holla muy profundo, cubierto por el agua que le hace surcos.

Aguardará la mar la llegada de esa agua, después de que la tierra se sacie.
Formará parte de las espuma, de las mareas, de su inquietud y su calma.
Borrará huellas en la arena, acercándose curiosa a la orilla en el instante en que se retira.
Refrescará el sofoco de un verano por venir, mientras mi otoño espera paciente al invierno.

Llegado el frio, el vaho revela signos sobre el cristal.
Hizo falta el mal tiempo para rememorar el pasado, lo vivido.
Sin abrigo, se descubren los sentimientos, las sensaciones.
Sin abrigo nos dejan el corazón aterido, mientras se desvanecen.

Y, de nuevo, la lluvia nos visita, vierten las nubes su nostalgia sobre el suelo;
y las gotas atrapadas en mis vestidos humedecen la conciencia de ese nuevo ciclo.
Regada mi memoria por gotas de lluvia, mi cara y manos también húmedas,
mis ojos ayudan, derramando lo que mi alma terrenal perdió por el desgaste.

El desgaste

José A. González Correa


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