El desgaste
Han caído,
amarillas, las primeras hojas de los árboles.
Aún sin
alfombrar el suelo, su tierra continúa amamantando mis latidos.
Asumo el
fracaso mientras aro en baldío y el viento amontona las hojas.
El
instante de esa imagen se hace eterno, no hay lugar para el retorno y continúo.
El calor
del cielo vira de azul a añil, de gris a negro.
Las nubes
se amontonan y rugen, el agua se descuelga desde arriba,
la tierra se sumerge en su pasado, se mezcla
con la lluvia, se embota.
El camino
se holla muy profundo, cubierto por el agua que le hace surcos.
Aguardará
la mar la llegada de esa agua, después de que la tierra se sacie.
Formará
parte de las espuma, de las mareas, de su inquietud y su calma.
Borrará
huellas en la arena, acercándose curiosa a la orilla en el instante en que se
retira.
Refrescará
el sofoco de un verano por venir, mientras mi otoño espera paciente al
invierno.
Llegado el
frio, el vaho revela signos sobre el cristal.
Hizo falta
el mal tiempo para rememorar el pasado, lo vivido.
Sin
abrigo, se descubren los sentimientos, las sensaciones.
Sin abrigo
nos dejan el corazón aterido, mientras se desvanecen.
Y, de
nuevo, la lluvia nos visita, vierten las nubes su nostalgia sobre el suelo;
y las
gotas atrapadas en mis vestidos humedecen la conciencia de ese nuevo ciclo.
Regada mi
memoria por gotas de lluvia, mi cara y manos también húmedas,
mis ojos
ayudan, derramando lo que mi alma terrenal perdió por el desgaste.
El
desgaste
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