Manifiesto para la derrota
Nunca opuse el
dolor a la cordura
ni inicié mi
caída sin acotar los sentimientos.
Jamás dibujé los
pentagramas que quise,
ni adorné con
luces las notas señaladas.
Seguí mi senda
hacia donde se pierde la cordura,
hasta la fábrica
que agoniza y entierra los sentimientos.
Llené de agua de
esperanza mi derrota,
cuando azahares
blancos danzaban en el aire,
cuando las gotas
sabidas de mi angustia cierta
afloraban y
dejaban mi boca ajada y seca.
Hundí mi cabeza
para callar lo que sentía y
dejé que se
helaran mis manos
con el soplo de
mi aliento.
Me quedé callado
y puse tiempo a la demora y
oscurecí, como
antaño, la leve idea de delirar de nuevo,
de acotar en mis
sienes la derrota y hollar sobre los sentimientos.
Dejé que mi brazo
escribiera
lo que mis ojos
derrotados habían visto.
Me quedé con la
boca adormecida,
sin las gotas que
la vistieron,
sin la risa que
culmina cuando más siento.
Me senté a
considerar mi desamparo,
y olvidé los
pinceles del dibujo
sobre el lienzo
inacabado.
Hundí mi cabeza
sobre el hueco desolado de mis manos,
sin esperar que
la noche la adormezca,
ni el día
arrebate su tristeza.
Acabé sin
despedir el día, sin encontrar la luz,
ni cubrir con mis
manos su principio,
ni cubrir con mis
sueños el ocaso.
Manifiesto para la derrota
José A. González
Correa
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