Camino de vuelta en un tren
Camino de vuelta en un tren
Camino de casa en un tren,
deshaciendo el viaje y recuperando el tiempo en forma de recuerdos. Ajustado a
la rutina del día, ahora queda poder perderse en los pensamientos que
acontezcan. Al final, somos lo que el quehacer apresurado del día nos permite
que seamos, salvo cuando el punto agradable de cansancio nos hace despreocupar
nuestras ideas y vivir de ilusiones o, simplemente, de pensamientos ilusos
sometidos a una vigilia escasa.
El caminar se hace cansado en
soledad, sin embargo, ahora resulta necesaria. Aislado en un vagón repleto de
personas, mi ensimismamiento mientras escribo es como el agua limpia de una
fuente bajo la que sumerjo la cabeza un cálido día de verano. El tren devora
las distancias entre los puntos que establezco de referencia, mientras mi
cabeza pasa de un pensamiento a otro, sin darles tiempo para que se establezcan
y se conviertan en una idea persistente.
A veces, como ahora, creo que es
el momento de recordar a quienes nos dejaron. Valoro esa idea que acaba de
cruzar mi cabeza y la retengo. Sin apenas darme cuenta dibujo la silueta de
tantos y perfilo en pocos trazos la vida de quienes la abandonaron.
Marcharse no es problema,
recogemos de forma rápida lo que queda una vez descubiertos de nuestra mortal
envoltura, apenas 21 gramos de cómo prefieras llamar a lo que yo denomino alma.
La forma inmortal de nuestra historia.
El problema está para quienes nos
quedamos, En cada recuerdo evocamos una vivencia, un pequeño fragmento de la
persona, de su rutina, de sus cosas, de sus manías, achaques, bondades y
sonrisas. A veces son tan intensas que nos recorre una sensación de frío y algo
anuda todas nuestras fibras en un sentir brusco, tanto que sobrecoge, duele,
angustia…
El día es claro, sencillo y
limpio. Cuando llegué a mi destino sentí el aire fresco de la mañana manchega,
la constancia de estar en la meseta. Ahora, mientras el tren me conduce de
nuevo al sur, atesoro ese frescor de la mañana como una nota distinta del día,
diferente al resto y que formó parte de la dimensión de tiempo y espacio en la que
me desenvolví hoy y que ahora deshago. Todo es fugaz mientras se rememora, todo
parece haber transcurrido rápido, sin apenas ser vivido, acariciado, disfrutado.
Como una lluvia torrencial nuestra rutina borra las huellas de nuestra propia
existencia. Aunque siempre queda mañana, como una oportunidad de cambiar algo,
que seguro volveremos a desaprovechar.
¿Qué habrían hecho de haber
vivido más aquellos que se nos fueron? No importa, vivieron a través de
nosotros mismos, enlazados en una maraña de hilo que nunca sabremos quien hizo
o deshizo, que fuimos o que fueron, solo reconocemos que estuvimos. No es más
real como los recordamos que la forma en la que convivimos con ellos, porque
ahora solo tenemos lo primero. Y en esta narración, en la que falta pegar sus
vivencias, queda derramada mi propia conciencia de lo que no está pero que es
eterno.
Perdimos juguetes, ilusiones, las
alas de ángel, el calor de los brazos que acunan, las ganas de ser más altos,
la inocencia, la paciencia, el porqué de las cosas, la paga de fin de semana,
la sonrisa de perdón sin más explicaciones, el cine de verano, los viajes
eternos, la primera vez,…, y solo fuimos ganando años y metas. Y cuando vas de
vuelta de un viaje, paréntesis de rutina, mientras que los quehaceres han
seguido y las obligaciones no han cesado, mirando el paisaje esquivo desde el
interior de un tren, se multiplican los recuerdos y deshilvanas la tela de
sueños con la que tapas tu mente cada día, para que no te distraiga.
Reflejados en la ventanilla,
entre las sobras de los viajeros y el paisaje inquieto, se dibujaron con suaves
trazos los recuerdos de todo ellos, aquellos que estuvieron y que han dado
sentido a nuestra vida. El pensamiento me mantiene fijo en el paisaje y solo
desvío la mirada para acertar con las teclas, y estoy convencido que dejaría
flotar mi memoria el resto del viaje, esperando a desembalar todas las cajas de
mis recuerdos. Pero me preocupa algo, si no retengo vuestras caras, las de
todos los días, las que aún forman parte de la rutina de vida que nos ocupa,
¿cómo voy a regresar de nuevo a la realidad necesaria con la que seguir
haciendo nuestra historia?
Decido cerrar los ojos,
desconectarme del paisaje, esperar a que esta ensoñación se vaya disipando y,
convencido, me emplazo en continuar viviendo mañana.
José A. González Correa
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