Paseando por la melga

Se levanta el día claro, con viento de levante que va rolando a poniente, al llegar la tarde. Día cálido, salvo por alguna racha de viento. Es febrero, de un invierno extraño, ajeno a la estación y despistado de agua y nieve. Aunque en los últimos días ha nevado en la sierra, el campo espera agua de lluvia. La lluvia en Órgiva es esquiva, el viento, que ha estado presente durante las últimas 4 semanas, la coge de la mano y las aleja, dejándonos con la mirada en el cielo, a la espera.
He paseado por la melga, descubriendo los guisantes crecidos, las habas algo tímidas y agazapadas, aunque ambas plantas florecidas.
Los olivos esperan pacientes el agua en sus copas y, mientras, las vinagretas los alfombran.
Las amapolas salpican de carmesí un campo de suelo compacto, entre el verdor y el amarillo resalte de esas flores foráneas.
Aparecen en limones y naranjos botones de azahar futuro, y han florecido almendros, manzanos y albaricoques.
Y quedan naranjas coloreando el verdor de un árbol viejo, cercano a dos almendros que enmarcan el perfil de la cuerda nevada que antecede al tajo de los machos (cara sur de sierra nevada).
Almendros con sus flores y sus pocas hojas, amapolas dispersas, abejas empeñadas en su rutina y una mariposa que posa. Y, por fin, la tarde, con su luz serena y la luna, aun creciendo, que apacigua el cielo.
El almendro removido, como testigo del viento incesante y algo cansino. Plegado sobre si el verdor se oscurece, mientras la tarde bordea las lindes y difumina el sendero. Y se despiden mis ojos, mientras camino, buscando los pasos olvidados de cada tarde transitada en esta tierra.

 



























 

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