Paseando por la melga
He paseado por la melga, descubriendo los guisantes crecidos, las habas algo tímidas y agazapadas, aunque ambas plantas florecidas.
Los olivos esperan pacientes el agua en sus copas y, mientras, las vinagretas los alfombran.
Las amapolas salpican de carmesí un campo de suelo compacto, entre el verdor y el amarillo resalte de esas flores foráneas.
Aparecen en limones y naranjos botones de azahar futuro, y han florecido almendros, manzanos y albaricoques.
Y quedan naranjas coloreando el verdor de un árbol viejo, cercano a dos almendros que enmarcan el perfil de la cuerda nevada que antecede al tajo de los machos (cara sur de sierra nevada).
Almendros con sus flores y sus pocas hojas, amapolas dispersas, abejas empeñadas en su rutina y una mariposa que posa. Y, por fin, la tarde, con su luz serena y la luna, aun creciendo, que apacigua el cielo.
El almendro removido, como testigo del viento incesante y algo cansino. Plegado sobre si el verdor se oscurece, mientras la tarde bordea las lindes y difumina el sendero. Y se despiden mis ojos, mientras camino, buscando los pasos olvidados de cada tarde transitada en esta tierra.
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