El tiempo
El tiempo
Pasan los años dejando marcas en la piel que demuestran el
cansancio en lo vivido. Trascurre el tiempo alrededor, como el viento transita
entre los árboles, ajeno al rumor que ocasiona. El tiempo como dimensión
intangible, necesaria como medida del devenir de las cosas y algo más. Algo que
condiciona la vida en sí misma. Que determina la senescencia, que establece el
final. Y el tiempo como vivencia, como experiencia almacenada en nuestra mente,
como tonos de color que dibujan nuestra propia existencia.
Años pueden separar mis sentimientos de esta tarde de sábado, con
la noche ya presente, de otra tarde de sábado. ¿Qué pensaría entonces? ¿Cuáles
serían mis anhelos?, ¿cuáles mis ilusiones? Quizá la memoria pueda devolverme
algo de aquello, pero seguro que el tiempo, que por mi ha pasado, no me permitirá
sentir lo mismo que antaño. Ni tan siquiera será el mismo camino el que ahora
transite, comparado con el de aquellos años. Puede que la senda conserve el
mismo dibujo, puede que las rocas permanezcan, pero no será la misma vegetación
la que lo vista ahora. Conservará el olor, distinto según la estación, pero
nunca será el mismo día. Las percepciones serán distintas porque estarán
relacionadas con mis vivencias, a cada momento distintas.
Cuando el recuerdo visita, siempre lo hace vestido de antaño.
Acude con los gestos de entonces, la
ilusión, tristeza, malestar,…, tal como fueron vividos. Un instante después
nuestro "ser ahora" condiciona y transforma esas vivencias, vistiéndolas con una
ropa distinta. Ya no percibimos el calor del tejido, ni los matices de su
textura, y aunque se ajuste ahora mejor a nuestra talla, la imagen del recuerdo
queda desfigurada. En ese instante, el tiempo ha actualizado nuestro pasado
convirtiéndolo, a veces, en irreal.
Los recuerdos deberían reposar en un lugar sin dimensiones, lejos
de matices o interpretaciones. Abrigados de lo cotidiano, en un lugar elevado y
tranquilo, donde solo se pueda atender su presencia.
Ahora, en esta etapa, con los años que me acompañan, observo que en el paisaje idílico en el que simbólicamente represento mi vida, los árboles
tienen menos hojas y éstas se acumulan en el suelo. Observo un manto enorme de
hojas caducas, de colores otoñales que incluso se amontonan. Debe ser que el
viento los barre, los arrastra de un lugar a otro, ayudando a crear un paisaje
distinto, pero con los mismos tonos.
Aunque quisiera imaginar otro paisaje, no puedo, los elementos son
los mismos y su disposición también.
Mi vida se ha transformado con el paso del tiempo, e incluso debo
ser otra persona. Sin embargo, cuando siento, siento de la misma manera. Aunque
mis reacciones y respuestas sean distintas, acomodadas a los años que tengo,
mis sensaciones son las mismas. Tan solo la experiencia adquirida revisa,
analiza y acomoda la respuesta. Entiendo que por eso se ha cubierto con un
manto de otoño el paisaje donde me represento.
He visto pasar el tiempo en personas que amaba, como el tiempo
abatía sus cuerpos, como desgastaba sus ganas. He visto y sentido como mi padre
rendía sus brazos, cansado de vivir, dejando que su mirada no reparara en nada,
absorta en el vacío. Como si su cabeza dejara un momento su cuerpo enfermo y
postrado y sencillamente desconectara. He vivido junto a él ese momento de
abandono. Habiendo querido estar con nosotros, un día decidió que su tiempo se
había gastado. ¿Cómo debió vivir esos días?, mientras cada uno de nosotros
vivía su propio tiempo, absortos en quehaceres y necesidades que para él ya no
tenían sentido.
Estos días en los que gastamos el tiempo sin tan siquiera saber si
lo invertimos de forma adecuada, abren un paréntesis de aturdimiento que
desvirtúa nuestra propia conciencia de las cosas. Por eso, me descubro ahora,
asombrado, escribiendo sobre ese pasado que me apena, cuando hace algún tiempo
que no lo hacía. Movido, quizá, por la necesidad de hallarme entre tanta prisa.
Puede ser que sienta como el peso de los años me roba ilusiones y
quiera, mediante la escritura, recuperar pasiones perdidas. Algunas tan simples
como el cosquilleo inquieto que percibía antes de la nochebuena.
Cuando hoy desperté y abrí los ojos, cuando empezó para mi el día,
quise fraccionarlo en momentos, tantos como para abarcarlos y distribuir en
ellos todas las actividades planeadas. En ese momento me hice esclavo del tiempo,
encorsetando mis sensaciones y reacciones a un plan preestablecido.
Afortunadamente nada salió como estaba previsto, por eso ahora escribo. Sin
embargo, hasta este momento en el que mis sentimientos y sensaciones transcurren
tranquilos, en ocasiones sentí la frustración de no estar haciendo lo correcto.
¿Vivimos o nos dejamos vivir? Cada día me lo pregunto en más
ocasiones, y cada día dejo para el siguiente la respuesta a esa pregunta, lo
que me aleja, cada día más, de una posible solución.
No estamos solos, la mayoría, pero debemos escuchar nuestro propio
paso del tiempo. Situarnos en nuestros respectivos paisajes y valorar el
entorno. Deshacernos de la sensación de vivir en relación con los resultados de
las otras personas que configuran nuestro círculo, o aprender que nuestras
respuestas condicionan un resultado ajeno. Vivimos con el sentimiento de
conseguir, en respuesta a lo que otros demandan, sin percatarnos en cómo lo
vivimos, ni en cuanto tiempo hemos gastado en conseguirlo. Por eso, cuando se
presenta ante mi este paisaje de sentimiento otoñal, busco que aun quede algo
de sol que caliente una roca, imaginando, al tenderme sobre ella, como una
sensación gratificante de apoderará de mi cuerpo, mientras el sol baña mi
cara con una caricia tibia que me invita a cerrar los ojos. Entonces, nada
importa, puedo pasar la página del día sintiendo que las heridas que se
abrieron a su paso, ahora son sólo arañazos (no obstante, debería leer cada día
este párrafo para poder afrontar el siguiente; la venda que nos cubre los ojos
está siempre muy apretada).
Una idea me viene a la cabeza, ¿cómo seré entonces? Cuando el
tiempo siga avanzando y me lleve a ese invierno de frío paisaje en el que me
represente. ¿Cómo estarán mis manos de cansadas? ¿Cómo será el amor de los
cuerpos cansados? ¿Cómo se sentirán las caricias? Si, como espero, seguiré
sintiendo como lo hice siempre, no puedo evitar que mi corazón se agite al
pensar en sentir como un niño asistido por un cuerpo viejo.
El tiempo transfigura nuestras sensaciones en cada momento y las
actualiza, si son recuerdos, a nuestro presente. Recuerdo el consuelo en brazos
de mi madre, cuando era pequeño (porque abrazado a ella se aliviaba mi dolor de
muelas) y cuando se marchó mi hermana. Pero entonces los brazos que me envolvían
eran distintos, de mi recuerdo de niño percibo calor, en los del adulto,
derrota, porque su pena era aún mayor que la mía. Dos abrazos separados en el
tiempo, dos recuerdos imborrables, dos sensaciones para toda la vida (en el
último abrazo era yo quien debía dar consuelo).
Es sábado, 27 de febrero de dos mil dieciséis, hace ya cincuenta y
tres años que soy persona y, al menos cincuenta con capacidad de recuerdo. Hoy,
el aire en este pueblo alpujarreño llamado Órgiva se despertó inquieto,
desabrido y frío. El azul del cielo se vio quebrado por ventiscas de nieve, de
un blanco intenso, sobre la sierra, y nubarrones que lo volvieron plomizo y mojado. Las montañas de la Cebadilla y el
Pico del Tajo de los Machos continúan nevadas. Sierra Lújar algo desdibujada,
las nubes movidas desde poniente la cubren durante largos ratos. Aunque no
debiera, se vislumbran algunas humaredas salpicadas abajo en la vega
(aprovechando que aún estamos en tiempo de quema de rastrojos y ramas secas
producto de la poda de olivos, aunque el intenso viento lo desaconseja). Los
almendros aun conservan pétalos y los frutales empiezan a mostrar los botones de
futuras flores. La tierra de labranza lleva tiempo demandando lluvia, por lo
que las acequias, repletas de agua saltarina, van turnando su contenido por
ramales y tornas. En este tiempo, a pocos días de terminar el invierno... Invierno que apareció poco, de mucho viento, poca lluvia y frío escaso. Tiempo
de ahora, en esta tarde.
Recorre nuestra propia existencia,
contando los momentos
en acompasado ritmo.
Susurrando al oído la melodía,
del recuerdo y la vivencia,
que evoca nuestra conciencia.
El tiempo presente,
que antepone su existencia
a la subsistencia de las cosas.
El futuro imaginado,
que nos niega el ahora,
abocado a seguir buscando.
El pasado que nos adeuda,
que nos abona el presente,
que nos invierte el futuro.
Lo asumo y entiendo,
que sobre sus pasos,
se cimenta mi historia.
José Antonio González Correa
José Antonio González Correa
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