La carretera de los sueños
La carretera de los sueños
Creo que ha llegado el momento de desvelar unos de los secretos
mejor guardados por mi familia (además de la receta de las migas de sémola de
maíz, que incluye la cantidad exacta de sémola, aceite y el número e intensidad
de las paletadas que hay que dar para que salgan sueltas). Bueno, realmente son
numerosos los secretos y relatos que guarda mi familia y, de la que alguna
manera, soy ahora depositario. Y no está demás que de vez en cuando pueda
compartir alguno, aunque claro, en ese instante dejarán de ser un secreto.
Visto de ese modo me siento en la obligación de pedir, bajo palabra de honor,
que todo aquella persona que lea cualquiera de estos relatos, deberá guardar el
secreto durante toda su vida. Claro que, puede contárselo a alguien de su
familia, quien, a su vez, guardará también el secreto. En fin, tampoco creo que
nadie de mi familia se moleste por contar un secreto que permanecerá en
secreto.
Todo cambia cuando la autovía deja paso a una salida a la derecha
que conduce irremisiblemente a la presa de “Rules”. Toda el agua de Sierra
Nevada queda prisionera en esa presa, bueno toda no, una pequeñas parte forma
ríos y manantiales subterráneos que permiten que las entrañan de la tierra
mantenga a salvo el agua del deshielo.
Como decía, todo comienza tras abandonar la autovía y llegar a la presa
de “Rules”, justo a la derecha una señal de tráfico indica 10 km, distancia
entre la presa y el puente de los siete ojos, por entre los cuales transcurre
el río Guadalfeo.
Los diez kilómetros de esa carretera son mágicos y pertenecen al
mundo de los sueños. Aunque su magia comienza cuando cae la noche y las laderas
se convierten en mundos ocultos repletos de sombras, de sonidos inquietantes y
silencios eternos. Por esa carretera transitan los vehículos ajenos a lo que
ocurre alrededor. Solo los ojos de algunos niños entienden el significado de
cada acontecimiento, invisible para los adultos (salvo que en su momento fueran
alguno de esos niños de sentidos especiales).
La carretera discurre entre la ladera norte de Sierra Lújar y la
garganta del rio Guadalfeo. La ladera esta poblada de matorral mediterráneo y
pinos. Es una ladera empinada, propicia para el desplome de piedras de un
tamaño considerable y para algún corrimiento. El vacío que conduce hasta el rio
es muy escarpado y de vegetación más escasa.
Para visualizar lo que ocurre es necesario ir en la parte trasera
del vehículo, arropado (son más frecuentes los sucesos en invierno) y
repantingado en el sillón sin perder atención al incesante paso de siluetas
envueltas en sombra que de manera atropellada se asoman a la ventanilla. En
ocasiones, es indispensable cerrar los ojos para presentir que una de las
criaturas de ese bosque mediterráneo pasea por los senderos empinados. A menudo,
los mejores momentos ocurren con el sopor que ocasiona el vaivén del vehículo,
son momentos únicos en los que se puede incluso tener la sensación de volar
junto a los seres mágicos que habitan el bosque.
Los habitantes del bosque, los seres mágicos, son aquellos que
emergen desde la imaginación y la fantasía del alma de los niños (o de aquellos
adultos que conservan ese alma). Son seres mitológicos, seres de cuento,
bestias de películas de terror, héroes, hadas, …, cualquier forma poética o
dramática que endulza o pone en tensión la realidad. Pero también el bosque es
un mundo de sensaciones, una puerta a la dimensión dónde nuestro deseo se hace
realidad. Una puerta a un mundo sin fronteras, a un escenario onírico donde
poder vivir una aventura. La carretera permite descubrir ese mundo oculto a lo
cotidiano, un mundo imaginario, velado por la sombra de la noche y que se abre
de par en par en la imaginación de los elegidos.
Cuando entres en la carretera, aunque no verás nada de lo que
ocurre en ese mundo paralelo, escucha los comentarios de tus hijos pequeños,
sus exclamaciones, sus suspiros y sobresaltos. Mira por el espejo retrovisor,
sin decir nada, y descubre su cara fascinada y sus ojos entreabiertos. Adivina,
en ocasiones, su pulso acelerado y, otras, descubre su sonrisa y la chispa
contagiosa de su mirada. Sorpréndete al observar como parece ido, y piensa que
quizá está volando o a lomos de un dragón gigante. De repente, una voz desde
atrás dirá “¿lo viste?, en el mismo instante que una cría de cabra montes
aparece atónita delante de tu coche. Y tú, preguntas: “¿la cabrilla?”. No,
responderá tu hijo, era otra cosa. Y, como si volviera a evadirse, girará la
cabeza hacia la ventanilla y, sin mirar, seguirá su historia paralela,
ilusionado y dichoso.
Los momentos mágicos transcurrirán todo el trayecto, en algunos
casos, puede que viaje en una burbuja imaginaria de poderes infinitos, subiendo
de forma brusca los taludes o dejándose despeñar por los cortados hasta el río.
Una burbuja provista del máximo confort y miles de pantallas táctiles,
construida de un material indestructible y rodeada de un halo de energía
infranqueable (muy útil en aquellos casos en los que la imaginación los conduce
a la puerta misteriosa que desemboca en fugaces escenas compartidas con seres
terroríficos). El trayecto da para explorar muchos deseos que la realidad no
les permite. Por eso esos diez kilómetros son tan mágicos y especiales. Bosque
y desfiladero acogen todas las tonalidades de sueño imaginables.
Puede que también seas tu, el adulto, el que experimente las
fantasías que se acomodan en ese mundo onírico, mientras conduces o viajas a
bordo del vehículo. Si es así, eres un ser especial, distinguido con el don de
la abstracción de lo cotidiano, algo difícil de describir, pero que te hace
renacer en tu infancia. Lo sabes desde siempre, porque lo viviste de niño, y
ahora, lo compartes con tus hijos. En tu caso, a veces ocurre que la fantasía
que te va acompañando se torna de repente en una realidad preocupante. Un
instante de desconexión a la realidad que en ocasiones te preocupa, porque
parece que lo que fantaseabas se ha cumplido. Otras veces, el trayecto te
permite debutar como tenor en la ópera de Milán o anotar la canasta definitiva
o, quien sabe, estrechar la mano al rey de Suecia. Aunque lo que más abunda es
que rememores las batallas que transcurrieron en ese lugar, mientras
capitaneabas un ejército de seres del bosque y derrotabas a las figuras
tenebrosas de la noche. Las entradas al mundo mágico y paralelo de esa carretera
no son las mismas para el adulto que para el niño. Discurren los hechos en
dimensiones distintas, y aunque te parezca el mismo escenario, es distinto.
Creo que debía contar este secreto, por si queréis visitar esta
carretera, diez kilómetros de aventura para las almas de niño. Recuerda que es
la carretera que te llevará al puente de los siete ojos, si lo atraviesas, a
dos kilómetros encontrarás Órgiva. No olvides que Órgiva es la puerta de la
Alpujarra, y que todo ese lugar es mágico, plagado de historias y de leyendas.
Pide a cualquier vecino del lugar que te narre alguna. Recorre todas sus
veredas como puedas, pero hazlo, y embriágate de su belleza.
Estoy seguro que hay otras carreteras, otras puertas ocultas que
conducen al mundo de la magia y la fantasía, al mundo de los sueños. Yo te he
contado mi secreto, la carretera de los sueños. Porque soñar despierto es
transitar esos diez kilómetros de curvas, prendido a las alas del alma de un
niño.
José Antonio González Correa
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