¿Hacía donde camina la luz que se pierde?
¿Hacía donde camina la luz que se pierde?, aquella que abandona el
instante y se convierte en sombra o, incluso, en oscuridad.
A la espalda de la vida, como algo previsto, está la muerte.
Inabarcable y constante, opuesta a la cadencia de la vida.
Mirarla de frente congela el pulso y mantiene el silencio cosido a la espera. Se hace inapelable, aunque se advierta
en cada momento vivido.
Incomprensible para quien queda viviendo lo que antes era un
transitar de ambos. Insufrible el momento que quiebra el hilo de la existencia.
¿Desde dónde mirar la muerte sin que la razón quede huérfana? ¿Qué
imágenes conservar o desde dónde velar la luz que ya no queda?
Transitar es el momento, antesala de espera de lo imposible. Ese
instante fugaz y dañino, el preludio de lo que será arrebatado para quién se
queda. Transitar es caminar a otro lado, olvidada la conciencia de lo
acontecido, porque de ese espacio no hay nada aprendido.
La muerte es silencio, introspección y melancolía, un asidero para
la nostalgia y un tiempo que no demora la realidad sufrida.
¿Desde dónde mirar ese espacio inerte que queda alojado en ningún
sitio? No se puede traspasar con los sentidos el lugar no atendido, solo nos
dibuja el espacio el rectángulo en la tierra o la forma del nicho. Atrapada en
nuestra propia realidad la conciencia no logra averiguar como abarcar el
sentimiento congelado y deshacerlo de forma serena.
No se queda la soledad en el otro lado, no se oculta el instante
ni se desmorona nada, porque la misma realidad no existe. Es otro espacio de
tiempo que no vemos ni medimos, otra historia que cambia nuestra propia vida.
El recuerdo abriga el momento porque nosotros somos los olvidados, la muerte se
olvida de la vida. Solo la memoria, la luz de una llama mantenida, que impide
asumir lo perdido, es capaz de ver al otro lado, solo porque cambia muerte por
vida.
A Cristina,
José A. González Correa
febrero 2017
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