Besos mojados
Ha anochecido y llueve, la visibilidad es escasa pero una
farola y la luz indirecta de un semáforo enmarcan la escena.
La lluvia ha sido constante durante todo el día y deja
riachuelos que recorren las aceras y la calzada. En algunos tramos el acúmulo
de agua ha formado charcos, la luz se refleja distorsionada al compas de las
ondas que los vehículos desperezan en el agua.
Sobre la acera dos jóvenes evitan el rosario de gotas bajo
dos paraguas.
Esperan cruzar al otro lado, mientras el trasiego de luces de
ida y vuelta los hace permanecer aislados en la acera.
Se abre paso una hilera de coches hasta pasar junto a la
pareja. Él ha adivinado el acontecimiento cierto que se avecina y la avisa.
Pero ya se ha generado, como una ola embravecida, un brazado de agua que invade
la acera y moja los píes de ella.
Ambos se mueven saltarines sobre la pequeña isla inundada,
sus pies hacen cabriolas esquivas para ganar un lugar seco.
Los paraguas suben y bajan al compas de los danzarines.
Se miran y ríen, reproducen las escena, imitándose en los
movimientos y riendo sin complejos. El chico juguetea con los píes y parece
querer describir con sus gestos como los sorprendió el tsunami de un charco.
Ella lo mira pausada y sonríe quedándose quita. Cuando él se
acerca, los paraguas se alejan y dejan que la lluvia se derrame entre los
cuerpos, que cada vez están más cerca.
Él la besa, como si desde el cielo la luz de un relámpago
iluminara la escena, los faros de un coche retratan la escena. Un beso posado y
tierno como una caricia, proyecta la imagen que la luz enmarca.
Los paraguas cubren de nuevo las dos figuras que se miran
despacio y ella, sujetándolo del brazo para que no retroceda, lo besa despacio.
Ahora no hay rayo que descubra el momento y éste se alarga.
Un instante después los paraguas recobran el sitio donde
detener el agua de la insistente lluvia.
Ella descubre que el semáforo ha detenido el tiempo de los
autos y que les toca a ellos conquistar la otra acera. Se acerca y lo besa, al
tiempo que lo toma del brazo y emprenden una pequeña carrera.
Los paraguas van encontrándose uno con el otro al compas del
trote de la pareja. Mientras la lluvia no cesa, se alejan.
Recupero el control de mi tiempo, justo cuando el semáforo
me da paso, y deambulo en sentido inverso dejando la isla enlosada y la farola
como testigos de aquellos besos mojados.
Besos mojados
José A. González Correa
febrero-17
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