Gramos de soledad



Había comprado unos gramos de soledad, me asfixiaba la idea de que me sorprendiera en cualquier momento, en cualquier lugar. Decidí hacerlo ahora mientras la rutina acompaña con tantas voces que la serenidad es una pequeña isla en medio del mar. Lo hice, además, mientras contemplaba como el sol gastado de la tarde bañaba las laderas de la sierra Almijara, circulando tranquilo en el interior de un coche. Desde la distancia, percibía los latidos de esa tarde adormilada que contemplaba como el aire domaba las nubes. Esa tibieza de luz desparramada por la vertiente sur de las montañas, que mojaba sus faldas y los blancos encalados de los cortijos y pueblos. Debió ser la nostalgia que envolvía esa imagen la que me hizo adquirir esos pocos gramos de ausencia.


Quizá recibí la tarde como anticipo de una noche fría y sin luz, no dibujé en la escena imaginaria la silueta de ninguna luz de farola, ni tampoco levanté la enagua a esa noche fría para que mostrara la luna. La sentía caer, aun cuando faltaban un par de hora para que aconteciera, asolando mis sentidos que, sorprendidos, comenzaban a explorar el zigzagueo de la carretera adentrándose entre los pinos de sierra Lujar.


Aquella compra quedó en mi bolsillo, ese el que rebusco curioso, ahora que otra tarde me sorprende sin otra cosa que sentir el paisaje cargado de nubes que se desploma desde sierra nevada. Las mismas nubes que se acomodan en mi mirada y adormecen mi cabeza, cayendo los recuerdos como gotas frías de la ventisca que de lejos contemplo. Removiendo el interior del bolsillo, las ausencias van repartiéndose entre las costuras de mis ropas, cada una llena de sus olores y vivencias, caladas de humedad y cubiertas del mismo sonido atempere. Las aspiro como el aire que llena de frío mi pecho, lentamente y sin dejar de percibir lo intenso del relato que secuestra mi pensamiento.


Ayuda a transitar el instante, que cada recuerdo retine mi atención, el apresurado ir y venir de los pájaros buscando resguardo aliviados por el viento alocado del final de la tarde. Sus trinos despiertan algo el descansado sopor de mi mente, acercándome un poco a lo que contemplo como un fotograma detenido, pareciéndome un sonido agradable y conocido.

Después, como si con el aire inspirado se hubiese colado el polvo de soledad adquirido, el sonido se detiene en un instante que me hace sentir desvalido. Compruebo que el frío ha traspasado mis ropas y que aquellas finas gotas de agua de ventisca han mojado mi alma, como una caricia tan delicada como devastadora, dejándola inerte, suspendida sobre mi cuerpo acurrucado, mientras evita el frío.


Me veo caminar sobre un plano de envoltura gris y un suelo negro y mojado que refleja la escasa luz que acompaña, notando como, mientras camino, salpican pequeñas gotas de agua negra con finos reflejos de gris, que inmediatamente se precipitan sobre el charco infinito sobre el que deambulo. Me muevo despacio, sin que nada se mueva a mi alrededor salvo las minúsculas gotas que acabo de describir. El paisaje no cambia en nada y se repite de forma constante, como si los tramos se repitieran en una alocada repetición de la misma imagen. Ningún ruido percibido y escasa la luz que me acompaña en ese inquietante túnel de dos dimensiones, silencio y ausencia. Y sobre esos reiterados instantes, los recuerdos vuelven a llegar como rachas de aire apresurado por regalar movimiento a lo inerte, elevando hasta el cielo papeles y hojas que encuentra refugiadas en cualquier esquina. Sorprende la intensidad y la necesidad avivar el movimiento, el mismo que crea remolinos de emociones en mi cabeza, atropellando los sentidos y descubriendo de nuevo los colores retenidos en los cúmulos de nubes teñidas por el ocaso. Y ese remolino me conduce al final del túnel, abandonado la espesura negra que detiene las almas que permanecen solas.


El alivio, inmediatamente, se detiene ante una sensación de angustia que penetra suave y, por un instante, me paraliza. Me acompaña lo suficiente para pensar en quienes me acompañarán en unos años, la única manera que tenemos de medir la vida, el paso del tiempo. Y, mientras sujeto imaginariamente el tiempo en el instante en el que me encuentro, imagino reproducirse en mi corazón y en el de aquellos que aún conservo cerca, la ausencia que viví en el túnel, cuando dentro de unos años la soledad nos vaya visitando a cada uno.

 

José Antonio González Correa

 

Gramos de soledad






Comentarios

  1. Soledad voluntaria, a veces necesaria, te conoces .Involuntaria no grata... Profundo pensamiento. Un abrazo

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  2. Cierto, la soledad voluntaria que grata es. Enhorabuena Jose

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