Nochebuena 2023
Imagino que todo el mundo conoce el motivo de la celebración de la Navidad. En pocas palabras, forjar un vínculo de ilusión entre la vida y la muerte. Crear un atisbo de esperanza al permitir que la sencillez, pudiera cambiar el statu quo de la historia. Un niño recién nacido, de padres que buscan refugio en otra tierra huyendo de un déspota poderoso, descansa acurrucado en un pesebre sin más abrigo que el calor de sus padres. Un acontecimiento ocurrido hace más de dos mil años que hoy nos congrega en torno a las personas que queremos para celebrar aquella "noche buena" en la que, para los creyentes, Dios se hizo hombre.
Podemos imaginar que hace más de dos mil años, este acontecimiento debió pasar inadvertido salvo para los habitantes de aquella aldea de Belén y unos Magos que, según cuentan, llegaron desde oriente, conscientes de la transcendencia de lo que ocurría en aquel humilde pesebre. Lo cierto es que aquel niño no pasaría desapercibido una vez que se hizo mayor, su forma de actuar, sus mensajes sobre el amor entre los hombres (humanidad), su inclinación por rodearse de los más necesitados, de los enfermos, de los apestados, su clara rebeldía frente a aquella clase dirigente a los que denominó "sepulcros blanqueados", no pasaba inadvertida y, por supuesto, no podía acabar bien.
Aunque aquella "noche buena" de hace más de dos mil años, debió transcurrir con la tensión propia del parto, quiero pensar que con la ayuda de alguna mujer que acudiera ante los extraños ruidos que provenían de aquel pesebre, y con el posterior gozo inmenso de aquella madre primeriza y aquel padre de manos curtidas en trabajar la madera. Y también quiero pensar que alguien llevaría algo de comida, leche, agua e incluso vino, para que aquellos temerosos padres tomaran algo y repusieran fuerzas. E imagino, también, a algunos aldeanos compartiendo esa comida y festejando el nacimiento de un nuevo ser. Quizá no supieran quienes eran, quien era aquel recién nacido, o quizá, según se ha escrito, alguien anunciara aquel extraordinario acontecimiento, haciendo palpitar los corazones como solo la verdad irrefutable puede lograr. Cada cual que imagine la situación según sus creencias, expectativas o cuanto esté dispuesto a hacer volar la imaginación. Yo quiero imaginar la escena llena de ternura, la propia de un momento especial, la llegada al mundo de un nuevo ser, y la expectación propia de toda aquella gente humilde aportando cualquier cosa que diera consuelo al niño y a sus padres. Una escena solidaria que la humanidad tiene adormecida en torno a su propia existencia. Solidaridad que surge de la necesidad y que siempre entiende mejor quien más necesita o ha necesitado.
Así que si hoy nos apretamos un poquito más alrededor de la mesa, es justo por aquellos días, en los que unos extraños celebraron un acontecimiento que cambiaría la historia de este mundo, aunque de manera no siempre ajustada al guión que se pretendía. Lo cierto es que hoy nos damos cuenta que nuestra mesa, la de comidas y cenas centradas en la rutina de los días que, en ocasiones, ni disfrutamos, se viste de manera especial para acoger a seres queridos y dejar espacios imaginarios para aquellos que no nos acompañan. Y, a lo mejor, muchos de vosotros o de vosotras os dejáis llevar por un pensamiento evadido de todo mientras recordáis su cara, la calidez de su sonrisa y el tono de su voz, incluso las rutinas con la que acompañaban los preparativos de esta noche. Yo recuerdo el entusiasmo de mi hermana, ilusionada como una niña grande de ojos grises y sonrisa resuelta, mientras entretenida con cualquier pequeño detalle repetía una y otra vez, "... la suerte de que estemos todos", a la vez que miraba con aquella ternura enamorada a Ernesto. Mientras mi padre, envuelto en su bata de rey, atendía chisposo los preparativos, llamando insistentemente a mi madre para que lo acompañara, mientras con una sonrisa ladeada dejaba reposar su mano sobre el hombre de ella, satisfecho por vernos a todos en el ajetreo previo a la cena. Y riñendo con los nietos, por supuesto, que adoraban sentir que su abuelo seguía atento a sus diabluras, mientras mi madre descargaba toda la paz que aquellos ojos azules de ángel acostumbraban regalar.
Quizá por todo esto, por lo entrañable de la noche, olvidemos que el mensaje que recibimos con el nacimiento de aquel niño se ha ido deshaciendo con el paso del tiempo. Y que los cambios esperados nunca llegaron al corazón de los hombres (humanidad). No consistía en matar o conquistar en nombre de un solo Dios, frente a lo que otros pueblos hacían para regocijo de numerosos Dioses. El mensaje consistía en transitar la vida, no como la antesala de la muerte, sino como la oportunidad de hacernos merecedores del milagro que estamos disfrutando, forjar un vínculo de ilusión entre la vida y la muerte y, por supuesto, forjar un vínculo de amor entre los hombres (humanidad). Con la esperanza, añadida para los creyentes, de disfrutar de otra vida llena de luz. Y, ¿por qué no? Siempre que no olvidemos que lo que ahora tenemos, cada momento, cada situación, son únicas e irrepetibles y, por tanto, siempre aprovechables.
Es por todo esto por lo que la razón no puede asimilar la tragedia que afrontamos sentados desde el sillón de casa. Fuera la causa que fuera, empezara quien empezara, la solución no puede estar en la muerte ni en el pesar de los ciudadanos. Las claves geopolíticas benefician siempre a los mismos, y te aseguro que no eres ni tu ni yo. La sociedad no puede descargar su odio sobre los que menos tienen ni hacerlos culpables del mal de otros que, aun teniendo poco, algo tienen. No podemos resignarnos a creer esa mentira, quien busca es porque quiere encontrar algo que no tiene, y buscar comida, refugio o cama, porque no se tienen, se asemeja mucho a la búsqueda de aquella pareja que huía hacia Belén. No miremos para otro lado. Nadie, en nombre de derecho alguno, puede con la fuerza arrastrar a la miseria a todo un pueblo. Las bombas no pueden ocultar el llanto de los niños. No hay Dios al que recemos que atendería la plegaría de masacrar a otros hombres.
Espero que recordéis esta noche aquella bonita historia de hace más de dos mil años en Belén, imaginaos a esos padres mirar con incertidumbre, miedo y, sobre todo, enorme ternura a ese recién nacido. Un Dios tan humilde, que quiso ser hombre. Sigamos su ejemplo, la humildad nos ayudará a entender cual era su mensaje.
Feliz Nochebuena
José A. González Correa
Nochebuena-2023
Increíble y cierto
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