Un paseo bajo la lluvia

Dirección al cementerio, pero no, no se trata de una narración de terror ni suspense, solo que sobre el cementerio de mi pueblo existe un mirador, desde donde, como no, "mirar" la  belleza del entorno.
Se accede, como a cualquier sitio en la Alpujarra, por calles empinadas, aquí el llano no existe.

 La carretera que asciende hacia el cementerio y el mirador.

 Desde una de las curvas que favorecen remontar el camino, la Ermita de San Sebastián nos enseña su fachada noreste.

 La niebla se va colando entre los quebrantos de la tierra, vistiendo con enaguas blancas los barrancos y riscos.

 No hay fruta más apetitosa en verano, pero aún habrá que esperar.

 Sierra Lujar está algodonada en sus cumbres, de color plomizo, que el verde olivar atenúa.

 No puedo evitar fijar mis ojos en las torres gemelas de la iglesia. El blanco del pueblo como el casco de un barco entre una mar de color verde.

 La sierra como marco imperecedero, ajustando las nubes a su cuerda.

 Y las torres, como faros vigía.

 Una sencilla pasarela de madera salva una de las posibles torrenteras de agua.

 El romero, florecido desde enero, reafirma la paleta de verdes, con pinceladas de color violeta.


 Pinos de reforestación, guardianes del terreno, afirman el suelo, entre el matorral propio de nuestra tierra mediterránea.

 El mirador, sencillo, privilegiada plataforma para admirar el valle del Guadalfeo.

 Terreno duro, donde los tonos verdes suavizan su rudeza. Velado hoy por las nubes curiosas por rozar sus crestas.

 No cesa la niebla de entrometerse entre el objetivo de mi cámara y el paisaje. Inabarcable belleza de sencillos contrastes.

 Nubes, sierra, un pueblo como guardián de la vega, y unos pinos de intenso color verde, preámbulo de primavera, iniciando su floración.

 La tarde se va echando sobre el paisaje dibujado en trazos claroscuros.


 Las nubes empiezan a claudicar por el oeste, y sobre las lomas, la carretera dibuja un perfil de geometría.

 Un cielo para soñar y una tarde que se acaba.

 La colcha cubre la montaña para pasar la noche.

 No se puede pintar de añil la tarde con más ternura.

 De regreso, la Ermita iluminada contrasta con el perfil pintado de la loma bajo la luz en retirada.

 Ya en el pueblo, frente al antiguo ayuntamiento y en la esquina de la biblioteca, la cabeza de Alonso Quijano (homenaje a un ejemplar incunable del Quijote que se custodia en la Biblioteca).

Sorprendido por el flash de la cámara, pero manteniendo la gallardía y altivez propia del caballero de la triste figura.

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