De Zute a Órgiva
Vuelvo después de pasar la mañana en la melga, intentando lo imposible, que los regueros conduzcan el agua de forma certera, que la hierba crezca tejiendo una alfombra donde las mariposas dibujen vuelos inesperados, que las orillas no se desdibujen y que ningún árbol palidezca. En definitiva, vuelvo cansando y agradecido por poder cuidar un trozo de naturaleza. Aunque, a decir verdad, es ella la que me lleva cuidando a mí veintitrés años. Adormeciendo la ansiedad acumulada, dejando que la tierra acomode mis golpes de azada para descargar mis miedos, a la vez que ella se airea y les brinda más vida a las plantas. P ermitiéndome contemplar la floración, cada año más temprano, de la primavera, sin olvidar el desplome, unos meses antes, de los pétalos de la flor del almendro. Caen mecidos por el viento mientras la falda sur de Sierra Nevada aun luce blanca. Como si emularan los copos de nieve que cubrieron la sierra, adornan con detalles blancos y rosas el manto verde y amarillo que form