Letras cosidas al viento



Tantas veces le cosí letras al viento
para que las llevara ligeras hasta dónde yo no llego,
y cuantas el viento me devolvió otras voces como lentas caricias,
casi gastadas de tanta distancia recorrida y tantas gargantas visitadas.
El aire como aliado de un vuelo sin tripulante,
de un viaje de azares que lleva a cualquier parte,
sin esperar más que la vuelta cierta de los anhelos enviados,
envueltos ahora en suaves ráfagas de viento acomodada en un eco eterno.
Tantas noches sin sueño y abrochadas a la ilusión
que el esbozo de la sábana ahueca en un mar de algodón,
dónde el tiempo, detenido en la noche anterior, espera y acuna a un cuerpo 
que se acoge al mismo lugar y hueco dónde recuperar el sueño.
Un sueño incompleto de la noche anterior, confiado en atenderlo
y acompañarlo hasta que se haga de día.
Desde mis noches de niño, atemorizadas por la falta de luz,
recupero la bombilla encendida para apartar el miedo,
a sabiendas que los temores de entonces son las fantasías que narro.
Fantasías tapizadas por el paso del tiempo y todos los hechos que tejen la colcha
que cubre la silueta que, acomodada sobre este lienzo blanco de la cama,
permite que el calor y el aire que me envuelve marque, como sombra,
una figura encogida, una imagen reflejada de mí mismo, aferrada al espacio
que me acaricia y asiste, mientras el calor se queda pegado a la piel y lo imposible,
desde más allá de lo imaginable, de nuevo regresa …
Y mi cabeza abandona la realidad de lo diario y se descuelga, llevando el pensamiento,
suspendido por el aire, y ceñido al alma, hasta un sueño de historias imposibles.
Historias que cosidas al viento llevan mi voz de la mano,
y se alejan hacía donde yo no llego,
donde no las veo pero las siento,
hasta que terminan, sin quererlo,
atrapadas en la mañana siguiente.

José A. González Correa
febrero 


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