... por si mi alma me encuentra
La lluvia
fue amainando, descansada caricia para la cara la suave humedad de las últimas
gotas descolgadas del cielo. Sentimos la ternura de la naturaleza al comprobar
la tranquilidad con la que nos acogía después del aguacero.
Nuestras
vidas mimetizan el ciclo temporal de lo natural, de lo ordinario y habitual de
las circunstancias propias de lo cotidiano, reflejado en el ciclo de luz, en el
continuo crecimiento de una brizna de hierba o en el constante trasiego de un
ave construyendo su nido.
Todo viene y
va, sin olvido de lo anterior ni tregua para lo futuro. Somos la traducción
perfecta del movimiento, el ejemplo de la energía potencial, de lo dinámico que
resulta en el anhelo.
Hemos
traducido el futuro como esperanza, y ésta como deseo. Hemos creado una
realidad desde el mundo de los sueños y nos esclavizamos a ella. La codicia es
solo la coartada, la verdad está escondida en nuestra propia frustración, la
que resulta de no alcanzar nuestros sueños.
Acabamos de
vestirnos para transitar el día y ya pensamos en como será la noche, cuando los
deseos y la realidad caigan rendidos en la cama.
Desde
nuestro lugar como destino, nos sentimos testigos mudos de la realidad que
vivimos, cuando, por el contrario, somos esa propia realidad. Tenemos que
encender la luz para descubrirnos, la oscuridad nos devuelve a la caverna, a lo
perdido a nuestra realidad traspasada desde lo antiguo.
La luz, el
fuego, nos hicieron salir fuera, conquistar tierras y mares, crecer y arrebatar.
Desear, ansiar lo propio y ajeno, conseguir sin preguntar, aborrecer la
humildad para satisfacer necesidades que no teníamos.
El tiempo
del hombre dio paso al animal que llevaba miles de años escondiendo. Ahora que
no nos perturba demostrarlo, con excusas o sin ellas, hollamos hierba,
baldosas, empedrados, ensolados, cemento, alquitrán, cualquier superficie que
otro pise. Nos descuidamos para que otros nos cuiden, para que nos cubran, solo
así sentimos que existimos, buscando la atención del prójimo más allá de lo
necesario.
Un día,
hilvanamos nuestra alma al tiempo, la hicimos mortal y la arrastramos por el
mundo, la hicimos mundana. Dejamos de contemplar la luz como un secuestro de la
oscuridad, para aclamarla como la ausencia de soledad. Vivíamos pendientes de
los ciclos, ahora lo hacemos procurando dominarlos a nuestro antojo.
El hombre ha
perdido su propia batalla, se acaba de entregar al destino controlado de la
naturaleza. Seremos la huella que demuestre que existimos, lejos de la mano de
artista que plasmara nuestros primeros pasos en la tierra.
Antes de
abandonar mi alma hubiese preferido sentir el latido de lo antiguo, la verdad
intangible que esconde la esencia de las cosas. Ignorante de mi cuerpo, los 21
gramos de verdad absoluta, como una sombra indecisa, está atrapada en un lugar
inhóspito carente de sentido.
Un día
fuimos un cuerpo unido a un alma pura, al otro descosieron nuestras alas, más
allá del tiempo robamos otras, que finalmente quemó el fuego o nos las
arrancaron. Al final, nuestras almas quedaron desnudas buscando algún lugar
donde no ser consumidas, sin resultado.
Hoy mis
sueños se adentran en la tierra de los recuerdos y mi alma sigue buscando la forma de salir del
sinsentido. Pronto me quedé sin alas, quien las guardaba para más adelante se
fue. Por ello, me quedaré quieto, por si mi alma me encuentra.
José A González
Correa
Comentarios
Publicar un comentario