¿Dónde se esconden los ángeles en la tierra?


Según mi hijo Pablo, cuando las personas buenas han dado todo por los demás, hijos, familia, trabajo, Dios, que siempre premia a sus ángeles, decide reclamarlas y encomendarles una tarea de cuidados invisibles. Pablo, teoriza, sobre el hecho de que son ángeles materiales, enviados para que obren el bien y lo den todo por los demás, pero su condición humana, a menudo, los hace frágiles, sufridos soñadores (genérico) de su bondad. En ese momento, los libera de lo material y permite que esos ángeles permanezcan invisibles a los ojos humanos, cuidando de los seres a los que fueron encomendados. Por eso, en múltiples ocasiones ocurren hechos inexplicables, algo que podría acontecer pero que es evitado de forma milagrosa o mágica. Y aquellos que tenemos la suerte de tener un ángel cerca, lo sabemos bien. Quizá sea injusto que no siempre puedan evitar sucesos trágicos, o que cuando la soledad nos aborda como la niebla, no nos despejen el camino con luz celestial. Pero Pablo, inteligente y observador, ha ido interiorizando situaciones en los que la evidencia de esa intervención ha sido determinante. Otra cosa será discernir, si el relato lo precisa, porqué parece que en parte del mundo los ángeles de la tierra no dan abasto a evitar tanta tragedia. Quizá, algún día, algunos de los lectores de este texto, si Dios decide liberarlos de lo material (la parte corporal), puedan entenderlo, aunque no contarlo.

Aunque no soy un erudito como Pablo, si me atrevo a adivinar aquellas situaciones en las que hemos sentido ese ángel cerca. Pero también considero que, a menudo, nos pasan desapercibidas esas sensaciones. Tuve un ejemplo claro, cuando mi hermana Esperanza falleció los ojos de mi madre no ocultaban la pena por su pérdida. El brillo de sus ojos azules (buscar en este blog "los ojos del ángel") se había opacado y enrojecido. Atesoró cuantos abrazos fueron precisos, en algunos consolaba, en otros se dejaba consolar. Pero no tardó en recomponer ese alma rota y dirigiéndose al cielo, exclamó, "te encomiendo a mi hija, te llevas tu ángel". ¿Acaso existía prueba más cierta que la que acababa de escuchar de boca de mi madre? Sin embargo, ha tenido que aparecer su nieto de ojos azules para hacerme mirar atrás y comprobar que su teoría es cierta.

Cada lector pueda que tenga evidencias de esta existencia desatendidas, como yo hasta hace unos días. Porque a lo largo de nuestra vida hemos relatado demasiadas causalidades que luego hemos entendido como un milagro (hace unos años perdí un metro en Madrid que tres estaciones más allá de la que yo me encontraba, descarriló). Pero solo voy a referirme a las sensación que produce que nos roce las alas del ángel que tenemos cerca. La luz se hace pesada, filtra con dificultad las minúsculas motas de polvo que quedan suspendidas en el aire, como si una finísima lluvia descendiera desde el techo de la habitación. El tiempo se desnuda despacio, dejando caer sus fracciones como una melodía pausada de notas imposibles. Algo se detiene junto a nosotros mientras observamos un rincón, un cajón repleto de cosas que hace tiempo que nadie ha revuelto, el hueco de la escalera o las imágenes irreales que dibujan las nubes. Y la calma se apodera de lo racional, acunándolo en un sueño pasajero, permitiendo que percibamos lo irreal, lo que está fuera de la lógica mundana, dejando que una paleta de colores pinte esas sensaciones en tonos pasteles. Ahí está, durante escasos segundos el privilegio de sentir la bondad sin filtros que nos acaricia el alma. Y suspiramos como hacemos al acabar un beso.

Y otras veces, alguien es testigo de la presencia del ángel, viendo desde la platea lo que ocurre en el escenario de la vida, observando con ojos crédulos y alma de poeta.

Así, Pablo, asistía con preocupación a como el temporal de levante me hacía aparecer y desaparecer entre las ondulaciones de una mar inquieta. La verdad es que me sumergí de forma imprudente en el agua, después de que su arrolladora juventud me hiciera sudar en la orilla persiguiendo la diminuta pelota del juego de palas. Cuando conseguí evitar las olas más impertinentes, de pronto, me vi rodeado de espuma blanca y la percepción de mar de fondo me hizo consciente de la temeridad que había hecho. Además, estaba cansado, por lo que mientras manejaba la situación buscando calma, decidí acompasar la respiración al compas de las olas, lo que resultaba difícil porque mi corazón latía deprisa. Poco a poco, conseguí recuperar la calma, pero la cara de preocupación de Pablo me inquietaba. No quería aparentar que la situación me estaba desbordando, porque habría provocado que entrara en el agua y no era una buena idea. Valoré muchas situaciones, procurando acercarme a la orilla, pero la resaca era fuerte y solo conseguía agotarme un poco más. Dado que hacía poniente había un espigón, pensé dejarme arrastrar hasta que la orientación de las olas me acercaran y pudiera intentar salir por la rocas. En cualquier caso, resultaba desalentador, no avanzar conforme lo esperado, mientras que la cara de preocupación de mi hijo era patente. Pero como él dice, mi hermana Esperanza es uno de nuestros ángeles, el más querido por Dios, dado que fue a quién primero desnudó de su ser material para seguir cuidando de nosotros. Sin saber de dónde, una ola cargada de espuma y de fuerza se abalanzó sobre mi, me llevó en su cresta con rapidez para, finalmente, revolcarme por la orilla a modo de "regañina" por la imprudencia cometida. Así es como Pablo ha analizado el episodio, pintándolo de la magia que los corazones sensible atesoran. Convencido de la existencia de nuestro ángel en la tierra, y yo lo creo.

Málaga, septiembre 2025.



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