Dedicado a Bruno

 



Quizá tenga que descoserte de mi alma

para que camines por donde la brisa,

preñada de olores, te guíe

y recorras libre nuestros sueños.

Que nos visites,

cuando se dibuje el día,

cuando se venga la noche encima,

cuando quieras romper el silencio con tus ladridos.

Cuando sientas que mi desconsuelo

tenga que ser atendido,

cuando huelas la pena

prendida a tu plato de comida.

Siempre te estaré esperando,

siempre pasearas conmigo,

nunca he consentido a nadie

como a ti, mi buen amigo.


Deja que acomode tu sueño

junto a la congoja de esta alma,

deshilachada y herida,

perdida entre la niebla de la despedida.

Tengo que dejarte ir,

mi buen amigo,

tienes que marcharte,

por más que la pena me arrastre.


Y volverás a ser lo que fuiste,

despojado tu cuerpo de las heridas,

sano tu corazón de eterno enamorado

de la casa que llenaste de vida.

Serás lo que hiciste,

el artista que modelaba

los corazones aislados,

acunándolos al consuelo de acariciarte.


Retendré tu recuerdo,

vertiéndolo a diario como el agua

que preferías beber mientras corría,

lejos del instante parado en la memoria.

Y serás en mi lo que fuiste,

todo lo que hiciste por mejorarme,

vigilando mi sueño, cuando desperezabas el tuyo,

acudiendo puntual al lado junto al lugar donde dormía.


Ahora, Bruno, deshilacho mi alma,

cada puntada, cada hilván, cada pespunte,

para que corras dichoso y alocado por el Haza,

hollando el verde y amarillo de las vinagretas,

persiguiendo olores y rastros

y registrando cada hueco,

pisando los ramales de las acequias,

 y descubriendo las tornas a tu paso.

 

 

José A. González Correa, julio de 2024.




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