Las tardes de invierno
Las tardes de invierno son como cualquier tarde del resto del año, marcadas por la rutina que se ha encajado entre los resquicios de nuestra vida, rutina que convive con nosotros e incorpora lo común a lo habitual. Las tardes anuncian lo inevitable, que el día se acaba y tenemos que acomodar el paso al sosiego necesario que nos permita seguir caminando a la mañana siguiente. Por eso las luces se van tornando a colores pasteles teñidos de añil y rosas cargados de sombras. Lo que ocurre es que habitualmente no estamos en disposición de apreciar esa fantasía cromática, dado que acudimos deprisa a reencontrar la rutina del descanso necesario. Si cada atardecer nos alcanzara, la luz filtrada de las nubes en retirada, sencillamente, nos paralizaría. Coches parados en plena autovía, naves varadas y viandantes inmóviles mientras el milagro cotidiano se hace visible, apartando durante breves minutos la calculada y precisa planificación de lo diario. Lo único que diferencia a una tarde de invier