Navidad perezosa
Se hace difícil transmitir sentimientos y sensaciones cuando la realidad nos atrapa y desconcierta nuestra burbuja de comodidad. Más aun si, incluso, nos atemoriza con situaciones de desasosiego que se perpetúan en el tiempo.
Las
circunstancias son relativas, pero no ajenas a cada uno de nosotros. Las
vivimos desde nuestro prisma, desde una zona de confort que nada tiene que ver
con el sufrimiento diario de la humanidad olvidada del otro mundo, aquel del
que solo sabemos por las noticias de los informativos.
Sin embargo, son
nuestras circunstancias, las que tenemos, con las que transcurrimos, las que
convierten nuestro día a día en una verdad vivida.
No puedo mirar
por tus ojos, ni sentir como sientes, ni conoceré nunca quien eres, pero has
compartido mi camino de una u otra manera. Cercano, distante, ocasional, …,
diario. Un camino que, sin saberlo, haces conmigo. Aunque te resulte extraño y
no te ubiques en él, formas parte de la vida que disfruto (sin otro adjetivo) y
que acompañas en mayor o menor medida. Y, posiblemente serás en la medida que
yo he sido. Todo lo que fluye a nuestro alrededor nos entrelaza con otros
muchos otros, lazos invisibles y etéreos que un soplo de aire suspende.
Por eso puedo
confesar que tus miedos también son míos, que solo difieren porque cada cual
los matiza con su experiencia. Y que vivir estos días afligidos por el miedo no
es un acto egoísta, solo un sentimiento real, un acto instintivo que algunos
podrán consolar con el abrazo de sus padres. Recordad, ¿dónde hallar más
consuelo cuando el miedo azora a un niño?
A pesar de todo,
del gris plomizo con el que nos regala el día, que amaneció alumbrado de una
luz perezosa, adormilada y abrumada por nubes, tenemos la obligación de
transitarlo por todo lo que queda por descubrir. Agazapados o no, centrémonos
en el ahora mismo, complazcamos nuestras sensaciones con gotas de nostalgia y
afrontemos con ilusiones compartidas el futuro. Seamos por todos aquellos a los
que ayudaremos a construir su historia, tal como cualquiera de vosotros hacéis conmigo.
Aislamiento no es
aislarse, es cuidar, se debe seguir estando (hemos descubierto mil maneras de
ser visibles), sigue mezclando tu alma mientras aguardas, por prudencia,
mezclar tus manos y todos los sentidos. No te apartes, continúa ayudándome en mi
camino. Nadie abandona y nadie se rinde. Por eso me permito, finalmente,
compartir emociones:
Se acumulan
sentimientos mientras la palabra se deposita, de forma suave y pausada como un
minúsculo copo de nieve, sobre el blanco virtual del papel que simula la
pantalla. A diferencia de aquel, la palabra depositada no se desvanece en agua,
pero si que inunda, de repente, con imágenes y recuerdos traídos desde la
memoria.
Navidad como un
propósito o como una fecha de felicidad marcada en el calendario. Como la
antesala de un futuro que se viene encima tras romper la última página del
almanaque. Quizá con la alforja repleta de las metas conseguidas o,
seguramente, con parte de ella vacía para alojar las ilusiones que encomendamos
al nuevo año. Porque sin ilusiones no hay sueños y sin ellos la esperanza no
aplacaría el desconsuelo.
Sentimos de
manera distinta, cuando la realidad es que la vida nos regala a diario la
felicidad que somos capaces de percibir. Solo tenemos que desterrar de nuestro
consciente la dinámica que nos obliga a vivir por subsistir en un mundo
diseñado para ser por tener. Sin embargo, un encuentro casual, una melodía, el
aroma que dejaba una pastilla de jabón entre las sábanas guardadas, el sol a
punto de dormitar o la luna haciéndose una cuna …, la última carta que el más
pequeño de la familia escribió a los RRMM, …, cualquier banalidad entendida
desde nuestro prisma de conquistadores de éxito, reparte tres o cuatro gotas de
felicidad que cambia la expresión de nuestra cara sin que nos demos cuenta.
¡Quien pudiera detener esos instantes para que se hicieran eternos¡
Pero han de
llegar estos días de luces, guirnaldas, calles engalanadas y adornos para que
percibamos lo elementales que somos. Para que nos demos cuenta que, en todo un
año, solo nos visita un soplo nostálgico, solidario y compartido, ahora, cuando
el otoño se acuesta para dejar que nos reine el invierno. Ahora somos capaces
de acunar corazones y desearnos la dicha, compartiendo felicitaciones y
ofreciendo, si no el alma, el cálido lugar donde se ubica.
Navidad, la de un
niño (que el próximo año cumplirá 60) sentado frente al árbol adornado con
bolas, espumillón y luces que parpadean, casi hipnotizado por el juego
acrobático de las bombillas que se encienden y apagan. En ocasiones, se levanta
y golpea suavemente una bola esperando que se balancee y caiga o, a escondidas,
comprobando el ligero calor que desprenden las bombillas (en la época en que
las luces led no habían irrumpido en el mercado) mientras las toca. Ha pasado
la tarde viendo ilusionado escaparates con todo tipo de juguetes, entre ellos
un coche que puede ser dirigido con un mando, solo con la limitación de que el
mando y el coche están unidos por un cable, increíble¡ Viendo enorme cantidad
de muñecas apiladas que le parecen todas iguales y apreciando la perfección de
un fuerte de la caballería americana, completamente rodeado de indios
(policromadas figuras) y fuertemente defendido por soldados y oficiales de
caballería refugiados tras las empalizadas. Le parece majestuoso porque él
acostumbra a construirlo con material de casa, dónde cualquier objeto puede ser
de utilidad y, también, porque sus figuras son monocromáticas: indios de un
verde, amarillo o rojo intenso y soldados y cowboys de la misma paleta de color
único (más de 52 años contemplan esa escena, donde los juegos necesitaban solo
imaginación, más que sofisticados juguetes).
Navidad de
sentimientos extremos, de recuerdos con la fuerza del presente que nos vuelca,
como en un hechizo, el pasado. Navidades de siempre, de unos y otros, que
desearíamos fueran las de todos.
Navidad del
presente olvidado,
la misma que nos
repara,
la misma que nos
separa,
la que todo ocupa
obligada.
Navidad de
imágenes veladas,
recuerdos
sumergidos tan dentro,
con sonrisa
ladeada de corazón cierto,
y ojos de azul
limpio que la provocan.
Navidad de
humanidad sin huella,
de una soledad
que asusta al frio,
de un caminar
cansado sin camino,
sin rumbo y sin
playa donde varar.
Navidad en los
ojos de aquel niño
que recuerda los
ángeles que lo acogieron,
su sonrisa
torcida y sus ojos limpios,
las caricias de
entonces y la nostalgia de ahora.
Quizá, la de este
año, sea una Navidad perezosa, pero es Navidad.
José A. González
Correa
23 de diciembre
de 2021
Excelente! Muchas felicidades!
ResponderEliminarComovedor
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