Recuerdos
He cerrado los ojos movido por la necesidad de recordar. Y como si estuvieran aguardando han acudido a mi mente sus caras y gestos, atemporales y llenos de vida. Reconozco que me ha invadido una enorme melancolía que aun me mantiene cautivo. Y aunque ha transcurrido la tarde de forma monótona, las imágenes aún permanecen cosidas a mis pensamientos, como si fueran siluetas transparentes que me permiten gestionar otros pensamientos de forma paralela.
Me ha reconfortado volver a tenerlos cerca, visualizar de nuevos sus rostros como si nada hubiese ocurrido, como si todo fuera como hace años. Sin embargo, han pasado tantas cosas desde que los perdí, que se hace muy difícil resumirles lo vivido. Aunque espero que no sea necesario y que todas mis vivencias les sean conocidas de una forma u otra. No adivino a resolver el enigma de como puede suceder lo que deseo. Salvo que piense que comparten mi vida a través de mis propios pensamientos. De la misma manera que los evoco en mis recuerdos y los hago presentes en mi realidad, también ellos transitan por todas las imágenes y acciones que a diario dejo suspendidas en el tiempo, tiempo que para ellos es un plácido lugar sin prisas, tan inmaterial como su propia existencia.
Han desaparecido de mis recuerdos los momentos amargos y en sus caras la sonrisa es hermosa y la mirada franca. No me hablan, solo me miran con ternura y me transmiten paz. La sensación es parecida a estar sentado en una mecedora, disfrutando de su ligero movimiento, con los ojos entornados y sintiendo la calidad luz del sol acariciándonos la cara mientras un viento suave nos mesa el pelo. Una sensación de tranquilidad y serenidad que nos permite conciliar un sueño breve sin sobresaltos.
A veces pienso que todo está suspendido en el tiempo y que rebobinamos o avanzamos una película imaginaria hecha de todas nuestras vivencias y recuerdos. Incluso parece más irreal el diario transcurrir de lo cotidiano, sumando sinsentidos y escaparates de necesidades prescindibles que convertimos en irrenunciables. Rutina tan irreal como los instantes que abstraídos por la notas de una canción asistimos a la enajenación de nuestra alma. Harta de soportar nuestro alienado ajetreo diario, nuestra alma se descose de nosotros y nos hace fantasear volando hacía otros mundos donde volvemos a ser aquello que perdimos de nuestra infancia. Y en esos viajes abstraídos de lo real también están ellos, los recuerdos de cada uno de aquellos que perdimos.
No vuela nuestra alma sola, lo hace rozando sus alas con las de ellos, sintiendo el aíre agitado que se levanta al batirlas una y otra vez en un continuo vaivén de sensaciones. Es un aire cálido que sumerge nuestro cuerpo que quedó anclado en la realidad cotidiana. Discurren escasos minutos de ese ensueño, con la realidad aislada pero presente, y queriendo prolongar lo irreal algún tiempo más. Son momentos aislados y sensaciones de enorme viveza, perceptibles para nuestros sentidos y absortas en nuestros recuerdos. Por eso sentimos cuando recordamos. Por eso su presencia es tan real que podemos sentir su calor sin que sepamos explicarnos cómo. Los añoramos tanto que nos sentimos rotos de dolor cuando se desvanece ese sueño, que no es más que el regreso de nuestra alma. Pero en cada puntada del hilván que la vuelve a coser a nosotros, se van sumando de nuevo sus recuerdos haciendo imposible el olvido.
José A. González Correa
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