Se queda mi voz callada
Imaginaos la escena, desciendes por la cuerda de una montaña, hace calor a pesar de ser más de las 8 de la tarde, desciendes tranquilo, notando aun el sudor que moja tu espalda. En un recodo del camino, se abre de repente un vacío que deja expuesto el valle, el aire no refresca, pero si roza tu cara con intensidad. Miras el reloj, la tarde está cayendo y descubres que el espectáculo de colores está a punto de comenzar. Por eso, dejas la mochila en el suelo, te sacudes la ansiedad, y te sientas. Acomodas la mirada sin más pretensión que el instante que vives atraviesa tu alma, como la misma luz, de ese solo atardecido, está atravesando algunas nubes (que vergonzosas cambian de color). Ese momento se va a revelar de forma cierta cada vez que cierres los ojos, porque la emoción está en sentir, sin prisas y con la paz de la montaña, esos instantes tan hermosos como efímeros, esos instantes que serán aliados de la memoria.
Eso descubrí cada vez que recorría estas montañas, tan altivas y distantes que intentas conquistarlas, con los guiños de un principiante enamorado, buscando la cara más difícil o el descenso más complicado.
Y cuando finaliza el día, cuando lo has contemplado dese esa atalaya privilegiada de la Alpujarra, solo puedes quedar callado y revivir el momento junto a los demás recuerdos que llevamos, como sabéis, hilvanados al alma.
Se queda mi voz callada,
cuando el sueño está presente,
cuando la luna cautiva la noche,
y la luz se apaga en poniente.
Se queda mi voz callada,
si las figuras, veladas y ausentes,
disipan el duermevela de un sueño,
después de escapar del presente.
Se quedó mi voz callada,
cuando no le respondían
los ecos que prometían
aquellos pasos precisos.
Se quedó mi voz callada,
mientras otras voces distantes
hablaban sobre mi
cosas que no recordaba.
Se queda mi voz callada,
junto al sonido febril,
junto a la locura infantil
sobre un carricoche de feria.
Se queda mi voz callada,
si se sientan junto a mi,
acurrucados y radiantes
los recuerdos de mi infancia.
Se queda mi voz callada,
si se abren junto a mi
las sombras que descubrí
junto a la temerosa luz de una vela.
Se quedó callada mi voz,
cuando descubrí el silencio
que deja tras de sí
decir adiós sin remedio.
Se quedó callada mi voz,
con la mirada de un niño
que no quiere comprender
que solo caminemos de paso.
Se queda mi voz callada,
ante la sinfonía añil,
derramada en la paleta de luz
de ocasos de naranjas imposibles.
Se quedaba mi voz callada,
con las historias de antes,
contadas desde la silla de anea,
por rostros arrugados como la sierra.
Cuentos de la Alpujarra,
canciones eternas
que el tiempo evoca en mi garganta,
que de tanto recordar,
la congoja impide hablar,
perdiéndose sin más,
entre ecos de oscuridad,
y quedando, sin esperar,
mi voz callada … y la noche por llegar.
José A. González Correa
Es una auténtica obra de arte que consigue llenar el alma
ResponderEliminarCierro los ojos y estoy allí entre montañas y con atardeceres de colores, precioso lo que escribes y describes, un abrazo José Antonio
ResponderEliminar🙏
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