Las nubes acarician el cielo

La mano permanece en el lugar justo,
donde el pensamiento apenas imagina 
o tiene certeza de su estado.
Casi inmóvil, a la distancia exacta,
distingue la piel del aire,
y, aun queriéndola, no la toca.
Testigo mudo del calor o el frío,
sin saber si despertará sensación alguna,
aguarda iniciar el movimiento.
Sobre el aire dibuja, con timidez,
imaginarias figuras sin apenas un roce,
mientras aísla realidad de sueño.
Puede que no valga más que la insinuación,
o solo muestre el deseo de detener el tiempo,
que solo sirva por lo que transmite o evoca.
Pero mientras acaricias, despreocupado,
alineas el aire de su costado, ahuecas su cabello
o rompes el silencio con su estremecimiento.
José A. González Correa
La caricia

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